Cuando España actuaba

Pinochet detenido en Londres: el día en que España mostró que la justicia universal podía acabar con la impunidad de los dictadores

¿Qué pasó? En 1998, Pinochet fue detenido en Londres por orden del juez español Baltasar Garzón, acusado de crímenes de lesa humanidad. Por primera vez, un dictador fuera de su país quedaba bajo arresto, demostrando que la impunidad podía terminar.

Pinochet detenido en Londres: el día en que España mostró que la justicia universal podía acabar con la impunidad de los dictadores

Hubo un tiempo en el que España se atrevió a desafiar a los dictadores. Un tiempo en el que la justicia universal no era un concepto abstracto, sino una herramienta real para perseguir crímenes de lesa humanidad allá donde se hubieran cometido. Ese tiempo tuvo un punto de inflexión en octubre de 1998: la detención de Augusto Pinochet en Londres.

El dictador chileno viajó a Reino Unido para someterse a un tratamiento médico. Creía que nada podía pasarle. Había gobernado con mano de hierro, ordenado desapariciones y torturas, y sin embargo seguía moviéndose por el mundo convencido de que la impunidad era eterna. Su seguridad era tal que incluso viajaba con pasaporte diplomático.

Pero todo cambió cuando un tribunal español emitió una orden internacional de detención. El juez Baltasar Garzón reclamaba su arresto por genocidio, terrorismo, torturas y desapariciones forzadas. Y entonces ocurrió lo impensable: trece agentes británicos entraron en la clínica privada donde Pinochet se encontraba y lo detuvieron.

El propio general, incrédulo, trató de oponerse. Alegó que tenía impunidad, que no podían arrestarle. Pero sí podían. Y lo hicieron. Esa imagen —un dictador detenido fuera de su país, por orden de otro— recorrió el mundo. De pronto, los verdugos del pasado ya no podían viajar tranquilos.

Pinochet pasó 500 días bajo arresto en Londres. Fue un terremoto político y jurídico. Las víctimas de la dictadura chilena lo vivieron como un momento histórico: por fin, alguien se atrevía a ponerle nombre y rostro a la justicia internacional. En las calles se escuchaban gritos de "¡asesino!". Por primera vez, la justicia parecía estar del lado de los desaparecidos y los torturados.

Los tribunales británicos marcaron otro hito: dictaminaron que Pinochet no tenía inmunidad y que debía ser extraditado a España. El cerco se cerraba. Todo apuntaba a que el dictador terminaría ante un juez en Madrid.

Pero la política se interpuso. El Gobierno británico decidió dejarle en libertad, alegando que estaba demasiado enfermo para afrontar un proceso judicial. Pinochet fue trasladado en coche al aeropuerto y embarcó en un avión de regreso a Santiago. En Londres apenas podía moverse; al aterrizar en Chile, se levantó de la silla de ruedas y caminó solo, sonriente. Había "revivido". La justicia internacional, en cambio, salía muy debilitada.

Aun así, aquel precedente no se borró. Abrió la puerta a otros procesos en los que sí se llegó hasta el final. Como el del militar argentino Adolfo Scilingo, implicado en los 'vuelos de la muerte', que fue juzgado en Madrid. En pleno juicio intentó fingir un desmayo para esquivar las preguntas, pero no le sirvió de nada: fue condenado a 640 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad.

El contraste entre Pinochet y Scilingo refleja la importancia de aquel momento. La detención del dictador chileno no acabó en condena, pero sí demostró que la impunidad podía romperse. Que España, a través de la justicia universal, podía mirar de frente a los responsables de violaciones masivas de derechos humanos. Que el derecho internacional ya no era una declaración de intenciones, sino una herramientacapaz de asustar a los verdugos.

Ese fue el día en que un dictador dejó de ser intocable. El día en que España demostró que podía actuar contra los crímenes más graves de la humanidad. El día en que la justicia universal dejó de ser un sueño y se convirtió en realidad.