El Congreso, la zona cero

La 'bomba nuclear' de Feijóo: un ataque personal a Sánchez que rompe alianzas y arrastra al PP hacia la ultraderecha

El contexto El líder del PP insinuó que la familia de Sánchez pudo lucrarse con la prostitución. Buscaba exhibir autoridad, pero ha provocado una onda expansiva que rompe con el PNV, blanquea el discurso de Vox y volatiza su perfil moderado.

La 'bomba nuclear' de Feijóo: un ataque personal a Sánchez que rompe alianzas y arrastra al PP hacia la ultraderecha

El Congreso tembló este miércoles, pero no por un giro inesperado del Gobierno ni por una moción de censura encubierta. Tembló porque el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, apretó el botón rojo. Lo que dijo no fue un simple exabrupto, ni una sobreactuación parlamentaria: fue una bomba —casi— nuclear lanzada con nombre, apellidos y un objetivo directo. Y aunque creía que dominaba la onda expansiva, la detonación se le ha ido de las manos.

El líder de los 'populares' llevaba semanas buscando el momento. Y lo encontró. Cuando Pedro Sánchez volvió a sacarle su amistad con el narcotraficante Marcial Dorado, Feijóo no respondió con una defensa, ni siquiera con evasivas. Golpeó. E insinuó —sin pruebas, pero con una carga política explosiva— que la familia política del presidente del Gobierno podría haber estado vinculada "a título lucrativo" con el "abominable negocio de la prostitución".

Fue un cruce de cables que dejó sin aliento al hemiciclo. La frase, preparada, escrita y medida en Génova, pretendía proyectar dureza, autoridad, liderazgo. Pero lo que consiguió fue abrir un cráter en el terreno político. El discurso no era el de un jefe de la oposición que quiere gobernar; era el de un político que ha asumido que no tiene con quién pactar y ha optado por incendiar el tablero.

Las reacciones no tardaron. Patxi López estalló desde el PSOE, acusando al PP de "indecencia" y de fomentar discursos que alimentan el fascismo. Desde Sumar, tildaron el ataque de irresponsable. Solo Borja Sémper dejó ver cierta incomodidad. El resto del PP, eufórico. Vox, encantado. Porque en ese momento, Feijóo no parecía competir con Sánchez: parecía competir con Abascal.

Pero el verdadero daño colateral fue otro: el PNV. Siete años después de aquella moción de censura que desalojó a Rajoy, los jeltzales pusieron punto final. No hubo matices. Feijóo, dijeron, ha cruzado la línea roja que los aleja de cualquier entendimiento. No habrá acuerdos. No habrá moción. No habrá vuelta atrás. Lo de este último pleno no fue un choque ideológico; fue, para ellos, una traición ética. Y lo dijeron con toda la carga simbólica que tiene escuchar a un portavoz del PNV reprochando que el PP se exprese como la ultraderecha.

¿Qué ha querido hacer realmente Feijóo? En el fondo, la ecuación es clara. Como no le salen los números, ha decidido tensar hasta romper. Su único camino es que haya elecciones. Y para eso necesita provocar desgaste, agitar el Parlamento, forzar errores, y presentarse como la única alternativa limpia ante lo que él describe como un Gobierno atrapado en las sombras de la corrupción. Aunque para lograrlo, esté dispuesto a ensuciarse.

Pero hay un problema de fondo. Porque al lanzar esta bomba, Feijóo ha dejado atrás algo más que la moderación: ha perdido su ambigüedad. Ya no puede seguir jugando a ser el político institucional que se distancia de Vox, mientras utiliza sus mismas armas. Lo de hoy no ha sido una crítica política: ha sido una insinuación personal contra la familia del presidente. Y eso, en democracia, tiene un precio.

Feijóo creía que controlaba la explosión. Pero lo que ha provocado es una devastación. Ha apretado el botón rojo. Y aunque aplaudan los suyos, el silencio de los demás pesa más.