Carlos, el camarero de La Cueva de Juan, explica cómo le afecta la situación del restaurante a su vida personal. Confiesa que no llega a final de mes porque no cobra lo suficiente "Me voy ahora al paro y voy a cobrar 200 euros. Y si me voy a la calle, si no llego con 800, con 200 va a ser imposible", asevera.

Emilio saca las uñas y defiende la gestión de su negocio rebatiendo esa cantidad: "Eso no cobras". "220 euros a la semana", concreta el encargado. Y es que él tiene un contrato de 20 a 25 horas semanales, a pesar de que el dueño lo sigue negando.

La paciencia de Carlos se empieza a terminar y empieza a sacar los trapos sucios. Entre gritos, el camarero le explica a Chicote que es él el que lava los paños de cocina en su casa y su mujer la que lava "la puta ropa" al propietario. "Nos hemos llevado más de una vez a lavar la camisa tuya del trabajo, guarro", le espeta.

Carlos deja la conversación, mientras Emilio se burla de la situación. Un hecho que hace que el camarero pierda los nervios delante de Chicote. "Por ahí no paso. Le rompo la cabeza, ¿eh? A mí no me falta el respeto el mierda ese", dice.

Sin embargo, el propietario sigue tirando de cinismo y se empieza a reír de su empleado. "No te rías de mí que te cojo y te rompo, cabrón", se enciende Carlos antes de pedirle los papeles para marcharse del negocio.

Otros momentos relacionados

Uno de los momentos destacados del programa fue cuando llega la hora de echar un vistazo a la cocina. Allí Alberto Chicote no sólo se encuentra la única sartén que utilizan llena de suciedad. También halla una maza en los cajones de los utensilios. Y es que, según explica Carlos, el encargado de La Cueva de Juan, es así como cortan la carne en el restaurante. "Las chuletas las corto con un hacha y una maza de la obra", asegura.

El último servicio antes de la reforma es otro de los momentos más destacado de este segundo programa de la segunda temporada. Emilio se ve obligado a 'echar el cierre' de La Cueva de Juan de forma temporal hasta que el chef del programa pueda reflotarlo. "Hasta aquí hemos podido llegar, no podemos aguantar más", decide el dueño.