Más allá del poder

Cómo los tiranos intentan burlar a la muerte: la obsesión de Putin, Xi y otros líderes por vivir más

Los detalles Desde baños de astas de ciervo hasta terapias de la risa, Putin, Xi, Obiang o Kim Il Sung han buscado por siglos formas de vencer a la vejez, mostrando que la longevidad es un lujo reservado a quienes concentran todos los recursos y el control político.

Cómo los tiranos intentan burlar a la muerte: la obsesión de Putin, Xi y otros líderes por vivir más

Vladímir Putin y Xi Jinping tienen 72 años y, a juzgar por sus palabras en China durante los actos por el 80º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, parece que no tienen intención de retirarse… ni de morir pronto. Un micrófono abierto captó a ambos líderes hablando de cómo prolongar sus vidas gracias a trasplantes de órganos y biotecnología.

"Hoy eres un niño a los 70 años", le dijo Xi a Putin. El mandatario ruso, al frente de su país desde hace 25 años, respondió: "Gracias a la biotecnología, los órganos humanos podrán ser trasplantados constantemente. Las personas podrán vivir cada vez más tiempo e incluso alcanzar la inmortalidad". Xi se atrevió a soñar más alto: "Este siglo se podrá vivir hasta los 150 años".

No es un capricho exclusivo de ellos. La historia de los dictadores está llena de obsesiones con la longevidad. Kim Il Sung, primer líder de Corea del Norte y abuelo del actual dictador, llegó a los 65 años y decidió que no quería morir sin antes llegar a los 120. Reunió a los mejores científicos y creó el famoso 'Centro de Longevidad'.

Allí se probaron 1.750 hierbas de la medicina tradicional china, terapias de la risa —con cómicos, niños y artistas femeninas— y todo tipo de experimentos para prolongar la vida. La meta era simple: hacer reír al Gran Líder cinco veces al día y, si lo conseguían, recibir un reconocimiento oficial. Cuando la risa no fue suficiente, recurrieron a transfusiones de sangre de jóvenes veinteañeros, con dietas especiales para que los donantes estuvieran en plena forma. Resultado: Kim murió a los 82 años, superando apenas la esperanza de vida de su pueblo.

Otros tiranos han recurrido a los recursos que sus pueblos no pueden permitirse. Teodoro Obiang, de Guinea Ecuatorial, viaja a Estados Unidos para tratar su cáncer de próstata con tratamientos pagados por petroleras. Francisco Franco, en sus últimos meses, tuvo a disposición un hospital completo y un equipo médico exclusivo. Fidel Castro contó con médicos cubanos y españoles. Mientras tanto, la población común muchas veces carece de asistencia básica.

En cuanto a los protagonistas de la reciente conversación, sabemos poco, pero llamativamente, su búsqueda de longevidad mezcla tradición y modernidad. Xi defiende la medicina tradicional china, mientras que Putin, según medios críticos, se baña en extracto de astas de ciervo hervidas, un remedio que supuestamente fortalece el sistema cardiovascular y rejuvenece la piel. Además, se ha informado que ha viajado acompañado de hasta una decena de médicos, posiblemente para tratar enfermedades no divulgadas públicamente.

Sin embargo, la historia muestra que ni el poder ni los recursos garantizan vivir más. Alekséi Navalni, rival de Putin, murió en prisión en el Ártico de una arritmia, según fuentes rusas. La periodista Anna Politkovskaya fue asesinada en el portal de su casa. El exespía Alexander Litvinenko fue envenenado con polonio. En Corea del Norte, los disidentes y rivales de Kim Jong-Un desaparecen o mueren en secreto: su hermanastro fue asesinado con toxina, su tío fusilado, y su ministro de defensa ejecutado por quedarse dormido en un acto. En China, tampoco se sabe nada del magnate que llamó "payaso" a Xi o de exministros críticos.

La obsesión por la longevidad no es solo una curiosidad: es parte del poder. Para estos líderes, vivir más significa gobernar más tiempo, consolidar su influencia y, sobre todo, desafiar la inevitabilidad de la muerte, un lujo que la mayoría de los mortales nunca tendrá. Putin y Xi no solo quieren prolongar sus vidas, quieren reescribir los límites de la existencia, y lo hacen rodeados de médicos, biotecnología y rituales tradicionales, en una carrera silenciosa pero obsesiva contra el reloj.