Comparando democracias
De Sarkozy a Putin, de Trump a los escándalos en la Unión Europea: cómo el dinero compra influencia política
¿Por qué es importante? Sarkozy con Gadafi, Putin financiando a Le Pen, Trump recibiendo regalos de Qatar y los sobornos del Qatargate en la UE muestran un patrón global: el dinero mueve la política, dobla gobiernos y debilita las instituciones que deberían protegernos.

Este martes Nicolas Sarkozy salió de su casa rumbo a la prisión de la Santé en París. Cabeza alta, acompañado de Carla Bruni, y entre aplausos de seguidores que entonaban la Marsellesa. Su "nueva casa" en prisión será una celda individual con televisión y teléfono fijo: un lujo que pocos internos pueden permitirse, pero que él, por su pasado y conexiones, sí.
Lo que está pagando ahora es, básicamente, la consecuencia de mezclar política con dinero sucio. Y no es un caso aislado. Por todo el mundo, líderes autoritarios y grandes fortunas buscan hacer política… a golpe de billetera.
En 2007, Gadafi veía a Sarkozy como una inversión política. Libia llevaba años aislada internacionalmente, pero con maletas llenas de cash, transferencias opacas y sociedades pantalla, el dictador encontró en la campaña del francés una oportunidad.
Dos meses después de que Sarkozy ganara las elecciones, viajó a Libia; cinco meses más tarde, Gadafi era recibido en París con honores. Lo que surgió de esos encuentros fue un pacto nuclear y la venta de 21 aviones y helicópteros militares a Libia. Dinero, influencia y armas: un combo irresistible.
Y esto no se limita a Sarkozy. Vladimir Putin sabe cómo jugar la partida. Nada en Rusia ocurre sin su visto bueno. Sus bancos financian a políticos que le convienen: en 2014, Marine Le Pen recibió nueve millones de euros de una entidad rusa. Más allá de Francia, en Rumanía se llegó a anular la primera vuelta de unas presidenciales por sospechas de injerencia rusa. Y en 2016, Putin tuvo dos "victorias": el Brexit y las elecciones de EEUU, tratando de poner a Donald Trump por delante de Hillary Clinton.
Trump tampoco se queda atrás. Pasó de señalar a Qatar como financiador de terroristas a hacer negocios con ellos y dejarse agasajar con regalos como el nuevo Air Force One, cortesía del emir. Preguntar por la conveniencia de esto era suficiente para que se indignara.
En Europa, los escándalos han tenido nombres y apellidos: Qatargate, por ejemplo, destapado en diciembre de 2022. En el centro de la trama estaba Eva Kailí, entonces vicepresidenta del Parlamento Europeo. No era un caso aislado: sobornos de Qatar y Marruecos a eurodiputados y empleados de la eurocámara para influir en decisiones clave.
Y no solo la UE sufre estas tentaciones. En el Consejo de Europa, que no hay que confundir con el Consejo Europeo, miembros de la Asamblea Parlamentaria recibieron dinero, viajes y regalos de lujo para mirar hacia otro lado frente a violaciones de derechos humanos en Azerbaiyán.
La historia se repite: dinero que compra voluntades, influencia que erosiona instituciones y líderes autoritarios que se infiltran en democracias. La pregunta es simple, pero inquietante: ¿cuánto de nuestras decisiones políticas está realmente libre de intereses?
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