Tres meses -92 días- después La Palma ve el fin al volcán que abrió las tierras y cambió la vida de miles de palmeros. Han sido trece semanas de sobresaltos, de incertidumbre y de vivir continuamente en alerta. Y el volcán, que ahora parece dormido y no ruge, ha dejado imágenes de devastación, de dolor y a centenares de vecinos que salieron con lo puesto de sus casas para no volver a verlas, arrasadas por la lava.
"Es una herida muy profunda para los palmeros y tardará mucho en cicatrizar", valora el bombero Roberto Nazco. Como él, decenas de bomberos, científicos, militares, policías... han trabajado al pie del volcán, retirando ceniza y controlando el avance de las coladas.
Fundamental ha sido también la tarea de las personas anónimas que, día a día, han informado de la evolución de la erupción. "Cuando nos veían directamente todos los días y explicábamos la situación del volcán se tranquilizaban. Tenían la sensación de que el científico estaba a pie de calle", subraya Carmen López, portavoz del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca).
El paisaje de La Palma ya no es el que era: se han sepultado más de 1.600 edificaciones, comola iglesia de Todoque, que fue un símbolo de resistencia aunque finalmente cayó. También han quedado bajo la lava y las cenizas cementerios y centenares de hectáreas de cultivos.
"No hay que olvidar que esta ha sido una erupción urbana. Aquí había una afección real, a la gente, al modo de vida y a su propia historia", explica el geólogo Raúl Pérez.
Ahora, la erupción se ha parado de repente y solo quedan 6 días para saber si es para siempre.
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