La firmeza con la que el PP enfrentaba cuestiones de índole tan grave como el terrorismo parece tambalearse cuando se trata de abordar el espinoso caso de Carles Puigdemont. Lo que antes se veía con claridad meridiana, ahora se envuelve en la bruma de la conveniencia política. El cambio de tono es notable, pasando de la rotundidad a la indecisión, un giro que no pasa desapercibido entre los observadores más atentos del panorama político español.

La relación entre el PP y Junts ha estado marcada por una serie de vaivenes que bien podrían ilustrar un tratado sobre la flexibilidad política. Meses de declaraciones y posturas que, al ser examinadas, revelan un abismo entre lo dicho y lo hecho. Más recientemente, la propuesta de un indulto condicionado a Puigdemont ha puesto de manifiesto esta tendencia al cambio de criterio, especialmente cuando se recuerda la férrea oposición a los indultos concedidos por el gobierno de Sánchez.

El debate sobre la amnistía para figuras del independentismo catalán ha sido otro campo minado que el PP ha tenido que atravesar con especial cuidado. Aunque en público su postura siempre pareció inquebrantable, las filtraciones sobre 24 horas de deliberaciones internas sugieren una realidad más compleja y menos definida. Este episodio añade otra capa a la ya complicada relación entre principios declarados y estrategias políticas subyacentes.

Los giros discursivos del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, respecto a Cataluña y el partido de Puigdemont, han sido especialmente sintomáticos. Desde elogios velados hasta propuestas de disolución para partidos pro-referéndum, pasando por un vaivén de opiniones sobre la mesa de diálogo con Cataluña.

Este compendio de posturas refleja no solo la presión de Vox y las tensiones internas del partido, sino también la complejidad de gestionar una relación con Junts que, tras las elecciones, se ha vuelto crucial para la gobernabilidad de España.