Lo que no se ve

Entre banderas y balas de goma: así se vive desde dentro una manifestación por los derechos migratorios en Los Ángeles

La otra cara La última manifestación en Los Ángeles expuso el contraste entre una protesta pacífica liderada por hijos de migrantes y una respuesta estatal marcada por la fuerza, el miedo y la desconexión con la realidad en las calles.

Entre banderas y balas de goma: así se vive desde dentro una manifestación por los derechos migratorios en Los Ángeles

En Los Ángeles, la última manifestación frente a los edificios federales comenzó como tantas otras: un grupo pequeño de personas, carteles hechos a mano y banderas ondeando con un mensaje claro: paren las deportaciones.

La mayoría de los que protestan son jóvenes estadounidenses de segunda generación. Son hijos de padres que no tienen ciudadanía y no pueden exponerse porque si los atrapan, los deportan. Estos jóvenes se convierten en su voz y su escudo. Lejos del estereotipo del "alborotador profesional" que a veces muestran ciertos políticos, aquí se ven familias, estudiantes y trabajadores luchando juntos.

El 'streamer' Hasan Piker estuvo ahí cubriendo la protesta y la describió como tranquila. Muchas banderas de México y algunas mezcladas con la de Estados Unidos ondeaban. Un símbolo fuerte: son estadounidenses, pero también hijos de una tierra que muchos prefieren ignorar. En sus carteles pedían que paren las redadas migratorias y que respeten a sus familias.

Pero esta protesta tuvo algo diferente. No fue la cantidad de gente —que no era mucha— ni la rabia —que siempre está—, sino la reacción del Estado. El presidente Donald Trump envió a 2.000 miembros extra de la Guardia Nacional a California, algo que el gobernador Gavin Newsom criticó diciendo que era un "espectáculo innecesario".

Muchos manifestantes sintieron que los trataban como si fueran una amenaza militar. A pesar de eso, la protesta se mantuvo pacífica… hasta que cambió.

Los refuerzos policiales llegaron con sirenas. No cargaron de inmediato, pero dejaron claro que estaban listos para actuar. El ruido, las luces y la tensión generaron confusión. Un manifestante lanzó algo —no se sabe qué— y eso fue suficiente para encender la mecha.

En segundos, todo cambió. La policía empezó a disparar pelotas de goma desde el tejado del ayuntamiento. Manifestantes, periodistas y voluntarios corrieron para ponerse a salvo. Algunos periodistas, que estaban claramente identificados, también fueron golpeados. La policía cargó con fuerza y trató de encerrar a los manifestantes en un espacio muy pequeño. Desde un helicóptero se controlaba todo.

Uno de los momentos más fuertes fue cuando varios manifestantes latinos se vieron frente a frente con policías que también son latinos, algo que se notaba en sus chalecos con sus apellidos. Fue una escena dura: jóvenes defendiendo a sus familias contra agentes que probablemente tienen historias parecidas.

Para quienes estaban ahí, esta protesta no fue solo una marcha. Fue una pelea por dignidad. No hay discurso ni análisis que pueda mostrar lo que es estar en la calle, sentir el miedo cuando llegan los refuerzos o ver caer a alguien alcanzado por una pelota de goma. Esa es la otra cara de las protestas: la humana, la que se vive en carne propia.