Qué feo pintaba todo para Viñales al comenzar la carrera en Texas. Qué mal se ponía la situación cuando, a pesar de salir en la pole, vio cómo en un arranque confuso caía hasta la undécima posición. Lejos, muy lejos, quedaba el de Aprilia. Quedaba Maverick. Quedaba el piloto que mejor ritmo había mostrado durante todo el Gran Premio de Las Américas.

Sí, pero esto es MotoGP. Esto es motociclismo. Esto es espectáculo. Y sí, era el que más ritmo tenía. Un ritmo brutal. Uno que quería imponer. Que tenía ganas de mostrar en Austin. En las 20 vueltas de Austin. Veinte en las que dejó claro que había que tenerle en cuenta.

Porque no tardó nada en comenzar su remontada. En empezar su avance. En dejar atrás a todos los demás. Le daba lo mismo que fuesen Ducatis o KTM. Le daba lo mismo que fuese el actual campeón del Mundial o el líder del campeonato. No le importaba. Era más rápido. Lo era, y lo sabía.

Siguió con su avance. Siguió con su escalada. De repente, en podio. Y Márquez, al suelo. Solo quedaba Pedro Acosta. Fue líder el murciano durante no pocas vueltas. Lo fue tras la salida. Lo fue, también, después de la caída de Marc. Pero Viñales...

Iba rapidísimo. Iba cual misil. Era, directamente, imparable. Superó a Acosta para poner rumbo al triunfo y además para ni tan siquiera sufrir en esas vueltas finales. Le sacó tiempo, mucho tiempo, a su perseguidor para no vivir pendiente de lo que podía haber detrás hasta llegar a la línea de meta.

Hasta entrar en la historia de MotoGP. Porque en esta era es el primero en lograr una victoria con tres marcas diferentes (Suzuki, Yamaha y Aprilia). Porque cuando otro lo haga será Viñales quien ya lo haya hecho antes. Porque es Maverick quien antes lo ha logrado.