España quedó en vilo por un instante. Un país suspendido, estupefacto y sorprendido ante la hazaña que se veía en los televisores o se escuchaba en la radio, porque internet todavía no era lo que es hoy, pero Fernando Alonso sí.

El piloto asturiano gritaba al mundo, a las cámaras y a todos los aficionados que sí, que era verdad, que era el nuevo campeón del mundo de Fórmula 1.

Y lo hacía en Interlagos, sobre el suelo brasileño donde un día se forjó la que probablemente es la mayor leyenda en la historia de este deporte, su ídolo Ayrton Senna.

Aún faltaban dos carreras para finalizar el campeonato, pero ese coche azul y amarillo y ese mágico piloto ya habían hecho su trabajo.

Lo hicieron en Imola, cuando le dijeron 'no' al ferrari de Michael Schumacher durante 11 vueltas de infarto; y lo hicieron durante el resto del año cuando tan solo se bajaron del podio en dos carreras y debido a sendos accidentes.

Siete victorias, 15 podios y seis poles. Un fantástico equipo, el de Fernando Alonso y su R-25 al que quizá no se le dio la suficiente importancia en su momento, pero que seguro, con el paso de los años, nuestro piloto más legendario recuerda con ojos cristalinos.

Alonso, el Renault, el mundial y ese grito. Una escena que según pasa el tiempo (y son ya 14 años) multiplica su valor...