El 25 de abril de 1974 en Portugal, el Ejército lidera la revolución. A primera hora de la mañana, los tanques entran en Lisboa, revolucionarios sí, pero también cívicos. "El conductor del primer blindado se para en un semáforo en rojo. Porque él viene dispuesto a derribar una dictadura pero no a saltarse las normas de tráfico", explica en el vídeo sobre estas líneas Tereixa Constenla, autora de 'Abril es un país'. 

El revolucionario del código de circulación que ordena al soldado saltarse el semáforo era el capitán Salgueiro Maia, que hizo triunfar la revolución sin que hubiera tiros. Rápidamente el golpe se convierte en una fiesta y los militares sublevados ahora son héroes a los que el pueblo reparte comida y flores. 

Una de las que aquel día estaba en las calles era Celeste, la joven de madre gallega cuyo gesto poniendo un clavel en el fusil de un soldado bautiza la revolución. La mujer explica emocionada cómo fue aquel momento: "Un soldado me dijo: '¿Por casualidad, señora, no tendrá un cigarrillo?' Le dije: 'Tengo aquí un clavelito, y lo saqué. Y lo puso en el cañón de su pistola, y yo repartí todos los claveles que tenía". 

Los cañones de los militares se llenaban de flores, pero parte del Gobierno intenta resistir amotinada en un cuartel. Sólo Maia calmó a la gente. Los amotinados salieron finalmente en un tanque, camino del exilio, sin posibilidad de volver. "En el caso portugués, la Constitución prohíbe que los responsables de la dictadura puedan ocupar cargos de responsabilidad política, prohíbe también que se organicen partidos fascistas", explica Diego Palacios, profesor de Historia de los Movimientos Sociales de la Universidad Complutense.