Las personas que viven en el poblado no tienen una esperanza de vida mayor que 60 años, los adultos están sin trabajo y sin agua corriente y sin baño y muchos con ninguna esperanza. En los últimos años han derribado 41 chabolas donde vivían 82 menores.

Como es el caso de Florika, tiene 23 años y tres hijos y vino a España buscando una mejor calidad de vida que la que tenía en su país, Rumania. Su chabola es una de las últimas que el Ayuntamiento ha derribado.

Todo el poblado está lleno de escombro de las chabolas que ya han sido derribadas, el Ayuntamiento se presenta, desaloja a la familia con una orden de derribo de la Policía y deja los restos para que no puedan construir otra.

Pero la fórmula no funciona ya que las familias tardan entre tres y cuatro semanas en construirse otra vivienda aferrándose así a la parte de la vida que se empeña en torcerse. Más de 300 niños viven en El Gallinero y todos van al colegio y esbozan una sonrisa ajenos al mundo que les rodea.

Uno de los fiscales que ha gritado basta se llama Carlos, le dice al Ayuntamiento de Madrid que su política de derribos en El Gallinero no puede seguir como hasta ahora: "Lo que no se puede es demoler, realojar a las familias en sitio provisional y tres meses después cuando se cumple el periodo de realojo devolver a esas familias a la calle", "Son 300 niños que no pueden dejarles sin hogar".

El Ayuntamiento tiene hasta dos meses para contestar a la demanda impuesta por La Unión Progresista de Fiscales sino entraría el silencio administrativo, pero el Ayuntamiento mantiene que el procedimiento es el que es y que trabaja para que todos los niños tengan atenciones educativas y médicas. Algo que los voluntarios que trabajan en la zona no comparten.