En el año 2021, si alguien lee la palabra 'puta' referida a una loba muerta, lo máximo que podría pasar sería que le pareciera de mal gusto. Si alguien leyera que una publicación "tendrá también sus silencios" lo tomaría como lo más natural del mundo y, quizá, se intrigaría por cuáles serían tales asuntos callados. Es fácil acostumbrarse a la democracia y la libertad de expresión. Sin embargo, la historia reciente de España tiene un pasado de dictadura franquista en la que ninguno de los dos ejemplos antes expuestos estaban permitidos.
Así le ocurrió a Camilo José Cela en marzo de 1956, cuando preparaba el lanzamiento de su aún nonata revista literaria 'Papeles de Son Armadans'. En una carta fechada el 29 de marzo de ese año y cuyo destinatario era Juan Aparicio López, entonces director general de Prensa, se pregunta si no es "excesivo" tachar la palabra "puta" de un cuento de Rafael Sánchez Ferlosio previsto para su número inaugural. La correspondencia, hasta ahora inédita y a la que ha tenido acceso laSexta en exclusiva, muestra cómo el que luego sería premio Nobel de Literatura mueve todos los hilos a su alcance para sacar adelanteun proyecto tan faraónico como importante para la cultura y la literatura españolas.
Para entender la relevancia de las cartas es necesario conocer también su contexto, aprender cómo funcionaba la censura dentro del aparato franquista y, también, cómo Cela a veces logró esquivarla y, otras, le dio de lleno.
1938, el año en que empezó todo
Para comprender algo que ocurrió en 1956 debemos ir casi 20 años atrás, y eso solo por poner un punto de partida. En plena Guerra Civil, el bando sublevado creó la conocida como Ley de Prensa de Serrano Súñer, una norma que establecía la censura previa y que, pese a haber sido auspiciada como temporal, acabaría manteniéndose casi 30 años en vigor. Se trata de "la ley más autoritaria de la historia de nuestro país", explica a laSexta Clara Sanz, profesora de Periodismo en la Universidad de Extremadura experta en la prensa en esta época histórica.
Bajo el amparo de esta ley, el estado franquista tuvo un férreo control de los medios de comunicación, algo que no cambió hasta que llegó cierto aperturismo con la Ley de Prensa de Fraga (1966). Eso sí, no todo el control fue igual: Sanz explica que, en líneas generales, se pasó de un control por parte del falangismo, a tomar más poder la rama católica para, otra vez, volver al falangismo (que también era católico).
El franquismo vigilaba los medios desde tres aristas: control del medio (permisos para nacer nuevos medios e imposición de directores afines al régimen), control del periodista (registro oficial de periodistas al que era casi imposible acceder--afirma Sanz-- y creación de las Escuelas Oficiales de Periodismo) y, por último, control del mensaje mediante la imposición de la censura, las consignas del estado y el control de las fuentes. "Querían pintar la España que a ellos les interesaba", señala la profesora.
Unido a este engranaje tenemos la jerarquía de la censura, tremendamente organizada y con el director general de Prensa como adalid: él era el que emitía los mensajes que los medios de comunicación debían publicar, y se valía de los delegados provinciales para hacer lo propio en los medios locales. Asimismo, los gobernadores civiles controlaban las noticias que se emitían a nivel local y provincial. A todo esto se le sumaba la censura militar, que controlaba y vigilaba lo que publicaban los medios del ejército.
Con ellos, claro, tenemos un buen número de censores, que se dedicaban a comprobar que las orientaciones impuestas por los ministerios del ramo (el nombre fue cambiando a lo largo de la dictadura) se cumplían en todas las publicaciones periódicas que se emitían, fueran de la índole que fueran (incluso las religiosas, aunque estas al final del franquismo quedaron exentas). "El entramado censor finaliza con el seguimiento de las consignas", añade Sanz; es decir, se leía todo lo que finalmente había salido publicado para comprobar que lo estipulado se había cumplido.
Juan Aparicio, una figura clave
En el funcionamiento de esta normativa jugó un papel esencial el poderosísimo Juan Aparicio López (Guadix, Granada, 1906 - Madrid, 1987), que ejerció como director general de Prensa -- una suerte de jefe de redacción supremo para todas las publicaciones de la época-- en dos periodos diferentes: primero entre 1941 y 1946, cuando la prensa estaba controlada por la Falange (de donde provenía Aparicio), y después de 1951 a 1957, cuando volvió la Falange a controlar los medios "desde un integrismo católico que deja sin respiración a los medios de comunicación", señala la profesora. Aparicio, también, fue el fundador de las escuelas de periodismo de Madrid y Barcelona, paso previo casi imprescindible para obtener el tan deseado (y difícil) carnet de prensa.
Si hubiera que definir en dos palabras la historia del periodismo en la posguerra, esas son Juan Aparicio
"Si hubiera que definir en dos palabras la historia del periodismo en la posguerra, esas son Juan Aparicio", comenta el bibliófilo Julio García de los Reyes, protector de la correspondencia a la que ha tenido laSexta. Y añade: "fue el creador de innumerables revistas en las que dio cabida a jóvenes literatos que empezaban a escribir y también a primeras espadas, unos bien vistos y otros a los que no se les permitía escribir por ser de izquierdas. Eso sí, la mayor parte de las veces haciendo trucos: ponía seudónimos".
"Solía comunicarse personalmente o por carta con los directores de los periódicos, para hacerles observaciones minuciosas sobre la publicación: escasez de editoriales, errores tipográficos, enfoque para ciertos temas", explica el periodista y catedrático Justino Sinova en su libro 'La censura de Prensa durante el franquismo' (1989).
Fue precisamente Aparicio quien seleccionó a Camilo José Cela como censor en 1943 y quien le dio el carnet de periodista el 27 de mayo de ese mismo año, como indica Adolfo Sotelo, catedrático de Historia de la Literatura Española de la Universidad de Barcelona y director de la cátedra Camilo José Cela de Estudios Hispánicos de la Universidad Camilo José Cela. El falangista, de hecho, fue "fundamental en los comienzos de la carrera literaria de Cela", añade Sotelo en su libro 'Aspectos del periodismo de Camilo José Cela' (2018). "Aparicio le facilitaba publicar en los periódicos del movimiento, está detrás de Cela", añade en conversación con laSexta.
Cela, Aparicio y la censura
Todas las fuentes consultadas están de acuerdo en señalar que Cela no era franquista, pero que "tenía que ganarse los garbanzos", en palabras de Sotelo. Fue un personaje muy hábil que, en un momento dado, necesitó empleo y probó suerte con Aparicio, y éste, que ya lo tenía como protegido -- "su niño bonito", como lo describe García de los Reyes--, decidió colocarlo como censor. "Aparicio confiaba extraordinariamente en sus facultades [las de Cela] y trataba de crear un núcleo de intelectuales de primera fila que dieran realce al régimen", explica Sinova al respecto, aunque matiza que con el gallego "no le salió muy bien" porque "no puso su pluma al servicio del régimen, pues no se le conocen las alabanzas o los poemas panegíricos que otros compusieron".
La relación entre Aparicio y Cela duró décadas. El propio autor de 'Viaje a la Alcarria' elogió a su protector en sus 'Memorias, entendimientos y voluntades' (2001): "Fue un tipo curioso, gran valedor de escritores y amparador de perseguidos (...); en sus revistas dio cabida a gentes de izquierdas", rememoró.
Fue un tipo curioso, gran valedor de escritores y amparador de perseguidos (...); en sus revistas dio cabida a gentes de izquierdas
Sobre el trabajo de Cela en el mencionado cargo de censor no hay mucho escrito, pero lo suficiente. El mismo Premio Nobel habló en sus memorias sobre su labor en este cargo: "Por la censura no iba mucho, ésa es la verdad, iba a eso de la media mañana y no todos los días", escribió. "De mis conductas censorias no he de hablar, todo menos pedir disculpas de algo que no me avergüenza", continuaba el escritor, que se limitaba a remitir al mencionado libro de Sinova, que recopiló las galeradas de censura firmadas por Cela para concluir que, efectivamente, llevó a cabo un control "bastante benévolo". "Muchos partes firmados por él aparecen sin una sola nota, lo que quiere decir que había autorizado todas las galeradas que habían caído en sus manos", dice el periodista.
'Papeles de Son Armadans'
Esta breve etapa de censor (apenas hasta finales de 1945-principios de 1946) le sirvió a Cela de excusa para pedir serlo de su propia revista 'Papeles de Son Armadans', como hemos visto en las cartas inéditas entre Cela y Aparicio que acaban de ver la luz. El autor de 'La Familia de Pascual Duarte' --obra celebrada por el propio Aparicio-- esgrimió su currículum en una petición que, a priori, no era extraña: ya hemos dicho que el régimen solía colocar como directores de revistas a personas afines para que ejercieran también las veces de censores.
Sin embargo, ya decía Umbral que era difícil pensar en "un censor más censurado que Cela", y Aparicio hizo oídos sordos a la petición de su amigo, quien 'olvidó' comentar que, pese a tener carnet de prensa, pocos años antes (en 1952) había sido expulsado de la Asociación de Prensa de Madrid por la publicación en Argentina de 'La Colmena' tras no haber superado la censura en España. "Los informes de la censura son demoledores, hablan de libro corrosivo", explica al respecto Darío Villanueva, director de la RAE y Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Santiago de Compostela. El académico también recuerda que no fue hasta 1966 cuando 'La Colmena' se aprueba definitivamente en España, y que incluso la elogiada 'Familia de Pascual Duarte' tuvo enfrente a la censura religiosa incluso después de haberse publicado.
Con todo esto, la conclusión era clara: "No podía ser censor" de su propia revista, zanja Sotelo al ser preguntado a este respecto. Cela "jugaba al límite" y unas veces ganaba y otras no. "Tenía la ayuda de Aparicio, sí, pero también tuvo que pasar muchas dificultades", explica este experto, que prepara una biografía sobre el Nobel de Literatura.
El sistema de la censura, al fin y al cabo, era complejo. Cela lo conoció desde dentro y, como hemos podido observar en las misivas, trató de colar por sus minúsculas grietas ciertos intentos de aperturismo literario e intelectual. No en vano consiguió publicar en las décadas de los 50, 60 y 70 a autores exiliados y escritos en catalán y gallego: "Una de las consignas del régimen era la unidad nacional; esas lenguas no salen a la palestra, estaban relegadas, eran difíciles de ver", explica al respecto Sanz.
Todas las personas que estudian a Cela y su obra destacan su labor de "agitador cultural" en una época en la que las rígidas leyes lo impedían. Así se lo confesó él mismo a Max Aub (exiliado) en 1962: "A veces, quienes andáis por ahí, os olvidáis de lo difícil (o, al menos, de lo incómodo y embarazoso) que resulta andar por aquí". El último truco que vemos en las cartas pasa por pedir la censura en Palma, un cambio "crucial", según confesó su propio hijo a laSexta.com. "CJC sabía con quién se jugaba los cuartos, la censura era férrea, pero a lo mejor consideraba que en Palma no lo era tanto", concluye Lourdes Regueiro, coordinadora de Actividades Culturales de la Fundación Pública Gallega Camilo José Cela. El resultado da la razón: "Ni Alberti se creía el número especial de PSA en su honor", destaca Sotelo. 'Papeles de Son Armadans' ya es historia.
Lo cuenta la escritora Celia Santos
El 'Plan Marta', el "cruel" programa de Franco y la Iglesia para repoblar Australia con mujeres españolas blancas
En los años 60, cientos de mujeres fueron enviadas a las antípodas con el objetivo de repoblar el país, como cuenta Celia Santos en la novela El país del atardecer dorado.