Apodada "la mujer más peligrosa de América", la pensadora, feminista y anarquista Emma Goldman defendía el derecho de todos los cuerpos a las cosas bellas. Para qué, si no, vale la pena vivir.

Parece ser que esta reflexión tuvo lugar cuando en una fiesta, un primo de su amante la vio bailar y le preguntó si no le parecía indecoroso para una activista como ella, que tenía que dar la imagen de seriedad. Por lo visto, Goldman se secó el sudor de la frente y de la reflexión posterior nació un eslogan que el feminismo utiliza todavía hoy: "si no puedo bailar, no es mi revolución".

De esa reflexión toma el escritor y profesor de Filosofía de la Cultura en la Universidad Complutense de Madrid, Juan Evaristo Valls Boix, el título de este ensayo, El derecho a las cosas bellas, que publica ahora la editorial Ariel. Con él quedamos una calurosa mañana de agosto en el refugio climático del Círculo de Bellas Artes de Madrid, uno de los pocos lugares de la ciudad, cada día más entregada a los placeres del capitalismo, en los que poder no morir de un jamacuco por el calor sin tener que pasar por caja.

Y justo en torno a eso, al derecho a vivir y no solo a sobrevivir, trata esta entrevista.

Pregunta: ¿Qué es El derecho a las cosas bellas?

Respuesta: Es una vindicación de la vida holgada, una defensa del descanso, de la pereza, de no hacer nada. Pero la idea es que si el descanso es una forma de libertad, no habría de ser solo una mercancía o una propiedad privada al alcance de unos pocos, sino que en un sistema que se quiera llamar democrático, habría de ser algo al alcance de todos.

Derecho al pan, pero también a las rosas

Pregunta: Durante las manifestaciones contra la subida del IVA cultural que aprobó Rajoy, allá por el año 2012, recuerdo a Carlos Bardem decir una frase que me hizo reflexionar en esto. Decía que, en un contexto de paro desbocado como entonces, alguien podía pensar que era una frivolidad manifestarse por algo aparentemente menor como el IVA cultural, pero que lo hacían porque la gente tiene derecho al pan, pero también a las rosas.

Respuesta: Exacto. De hecho, "el derecho a las cosas bellas" es una frase que extraigo de la autobiografía de Emma Goldman en la que habla de las rosas, justamente. Las cosas bellas son aquellas cosas que no sirven a nada ni están al servicio de criterios de utilidad o de crecimiento, pero que, sin embargo, hacen que la vida en sí misma vaga la pena. Si eliminamos de la ecuación de un sistema social las cosas bellas, parece que sencillamente vivimos para trabajar. Sin rosas, la vida se hace más larga que un día sin pan.

Sin rosas, la vida se hace más larga que un día sin pan

P: ¿Tenemos más que ver con el "dolce far niente" italiano que con la mentalidad europea del trabajo?

R: Ese es un paradigma que se plantea en los años 70 muy vinculado a mayo del 68, que tiene que ver con, como se dice en italiano, "laborare meno, laborari tutti", es decir, "vamos a trabajar cada vez menos, lo mínimo posible, y todos". Este paradigma me interesa porque, de entrada, hay un proyecto colectivo que entiende que la libertad y la igualdad van de la mano. Si el trabajo es necesario, vamos a hacerlo todos, pero vamos a invertir nuestro ingenio en trabajar menos. En Europa pasamos a otro tipo de paradigma que es el de "trabaja de lo que te gusta y no trabajarás nunca", que identifica trabajo y vida y es un proyecto individual y narcisista. Si nos fijamos en los grandes santos de nuestra cultura, desde Steve Jobs hasta Rafa Nadal, toda la idea del "self made man" habla de cómo hacerte rico tú única e individualmente.

P: Y ahí es donde entra el capitalismo y convierte el ocio en otra forma de producción.

R: Sí, absolutamente. Nos comportamos como un empresario en nuestro tiempo libre y ahí entra el FOMO ("Fear of Missing Out", el miedo a perderse algo). Yo tengo un fin de semana, tengo un capital tiempo y unos recursos, materiales, emocionales o afectivos, y tengo que invertirlo de modo tal que obtenga un rédito de placer. Si no invierto bien mis recursos y voy a una exposición en vez de al cine o me quedo en casa descansando en vez de estar con mi amante, es donde entra el FOMO, que es el inversor que lamenta que podría haber invertido mejor sus recursos para obtener más placer. Es una lógica muy perversa, porque es la lógica del estrés y la lógica del capital.

Lo interesante no es saber dónde está el bosque, sino perderse en el bosque

P: El otro día se hizo viral el vídeo de una joven que decía que leía 100 libros a la semana, pero en realidad, lo que lee son resúmenes hechos por una Inteligencia Artificial de esos libros. ¿Nos hemos robado incluso el placer de leer por leer?

R: Tenemos una especie de ideología Saber y ganar en la que entendemos que cada libro es un conjunto de datos y cifras y quien lee mucho tiene un almacén con más datos que otros. Sin embargo, esa concepción de la literatura es muy miserable. Lo interesante no es saber dónde está el bosque, sino perderse en el bosque.

El descanso como un lujo para pocos

Pregunta: Repasas en el ensayo cómo hemos conseguido el descanso dominical y la jornada de ocho horas, mientras vemos cómo la derecha mundial habla de que tenemos demasiados días de descanso y ya están deslizando la idea de reducirlos, como ya ha anunciado Macon que hará en Francia. ¿Quieren convertir, otra vez, el descanso en un lujo para unos pocos?

Respuesta: Tristemente ya lo es. Que se hable de "slow fashion", y de "slow food" y de la industria del "wellness" o que haya series como The White Lotus ya nos muestran que ese ambicionado oscuro objeto de deseo ahora es el no hacer nada, el descanso, el poder no arreglarse. Lo vemos también en el retraso de la edad de jubilación, que es una tendencia generalizada en toda Europa. Todas estas medidas son profundamente problemáticas porque de un lado van en favor de la concentración de riquezas y, de otro lado, señalan ya el absoluto desmantelamiento del Estado de Bienestar. Un medidor de la igualdad y la libertad hoy en día es el descanso.

P: Todos los estudios dicen que trabajar menos horas es más productivo, porque se trabaja mejor, más feliz y se producen menos bajas por enfermedad, pero la derecha, el empresariado y el capitalismo buscan lo contrario. ¿Por qué nos quieren hacer trabajar más si está demostrado que trabajar menos les reportaría más dinero?

R: Se ve claramente una lucha de clases de toda la vida. Sabemos, desde siempre, que el trabajo ha sido una forma de gobernarnos y si, además, estamos cansados, vamos a ser más obedientes. Ahora bien, la generación millennial y la generación centennial son generaciones que, en muy buena medida, ya no se creen el cuento de la pasión por el trabajo ni esa idea de que el trabajo es el espacio donde realizar nuestros sueños. Estamos en un sistema donde parece que la vida solo es válida si es productiva o si tiene algún mérito. Eso no es un sistema democrático. Un sistema democrático es aquel en que la vida de cualquiera, la vida en sí misma, es válida con independencia de su utilidad o su rédito.

Si no puedo cuidar tampoco es mi revolución

P: Termino con una pregunta más ligera. Veo que la teoría la dominas, pero en la vida personal, ¿te lo aplicas?

R: He sido una persona que tristemente durante muchos años se ha identificado con su trabajo y su currículum hasta el hartazgo y eso me ha traído muchas desgracias y dolores. Por otra parte, ahora trato de separar el trabajo de lo demás. Saber que lo más importante de mi vida, de nuestras vidas, es allí donde uno es anónimo, donde uno no tiene currículum, es decir, allí donde uno está poniendo el cuerpo, cuidando, prestando la atención a la gente que quiere y a la gente que le importa. Es algo que me recuerdo continuamente.

P: ¿Bailas como Emma Goldman?

R: Sí, justamente para mí una de las cosas importantes es que una reflexión sobre la pereza nos trae, no solo a un rechazo del trabajo, sino sobre todo a un espacio de cuidado, de escucha del otro y de anonimato absoluto. Entonces sí, si no puedo bailar, no es mi revolución, pero si no puedo dormir, si no puedo cuidar, si no puedo hacer nada, tampoco es mi revolución.

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