Amanece el día después de llegar a la Luna y, como ocurre tras los grandes éxitos, el después puede ser devastador. Los astronautas del Apolo 11 estaban preparados para viajar al satélite, pero nadie les preparó para volver a la Tierra como héroes y seguir con sus vidas, y los tres abandonaron la NASA poco después de la hazaña.

Unas 650 millones de personas de todo el mundo siguieron en la televisión la llegada del hombre a la Luna. Ese hombre tenía el rostro de Neil Armstrong y personificó el sueño de una época. Junto a él, sus compañeros en la misión del Apolo 11 Buzz Aldrin y Michael Collins no alcanzaron la misma fama.

Los tres fueron recibidos en Cabo Cañaveral con todos los honores, condecorados con la medalla presidencial de la libertad, y regresaron a sus localidades natales convertidos en héroes. Pero la mayor gloria fue para Armstrong. "No había mejor piloto para posar en el módulo lunar al primer intento, él era el mejor", afirma un instructor de astronautas desde Wakaponeta, Ohio, la ciudad natal del astronauta, donde miles de personas visitan cada año el museo que lleva su nombre.

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Los tres astronautas abandonaron la NASA poco después de la hazaña del Apolo 11. Buzz Aldrin, el segundo en pisar la Luna, sufrió episodios de depresión y alcoholismo y sus dos hijos le demandaron para quedarse con su legado, alegando pérdida de facultades mentales.

Alcanzamos la Luna, la exploramos y volvimos; desde entonces, han pasado 50 años sin progreso y debemos sentirnos avergonzados de no haber hecho nada mejor desde entonces", lamenta ahora Aldrin mientras el mundo entero conmemora el aniversario. Y Michael Collins siempre fue el tercer hombre; jamás pisó la luna, pero fue el único que orbitó sobre su cara oculta, toda una metáfora de su vida.