Orgullo frente a cooperación
Un patrón que se repite: gobiernos que dicen "no" a la ayuda internacional y dejan que la gente pague el precio
Los detalles A lo largo de la historia, muchos desastres naturales han demostrado un comportamiento sorprendentemente constante: cuando un país sufre terremotos, inundaciones o ciclones, la ayuda internacional suele estar lista, pero no siempre es bienvenida.

Tres astronautas chinos están varados en el espacio y, por ahora, no hay manera de traerlos de vuelta de inmediato. China asegura que "están trabajando en ello", probando tecnología y haciendo simulaciones, pero lo cierto es que no tienen una solución clara. Estados Unidos y Rusia les han tendido la mano, pero Pekín ha dicho "no, lo arreglaremos nosotros solos".
Este no es un caso aislado. A lo largo de los años, muchos gobiernos han rechazado ayuda internacional en momentos críticos, y casi siempre por la misma razón: el orgullo.
En 2012, Irán sufrió dos terremotos devastadores: casi 3.000 muertos, 6.000 heridos y decenas de localidades en ruinas. Estados Unidos ofreció medicinas y ayuda humanitaria, pero el régimen dijo que no quería nada de Occidente. Alemania también ofreció asistencia y la respuesta fue la misma.
Hace dos años, Marruecos vivió un terremoto brutal que dejó más de 2.500 muertos. Francia, un país con el que mantiene lazos históricos, ofreció ayuda, pero el país africano la rechazó. Solo permitió entrar a cuatro países, entre ellos España. Todo por un viejo conflicto diplomático: el escándalo de las escuchas con Pegasus.
India, Japón y Myanmar también han dado ejemplos similares. En 2018, tras graves inundaciones, India rechazó cientos de millones en ayuda internacional, dejando que el Estado cubriera solo una cuarta parte de los daños. Japón hizo lo propio tras el megaterremoto de 2011, justificándose en que no quería que su imagen de país tecnológicamente preparado se viera afectada. Y en 2008, Myanmar bloqueó toda ayuda tras el ciclón Nargis por miedo a perder el control político si entraban fuerzas internacionales.
La conclusión es clara: en política, muchas veces el orgullo y la imagen pesan más que la seguridad de la gente. Hoy, los tres astronautas chinos atrapados en órbita son un ejemplo extremo de cómo, incluso a cientos de kilómetros de la Tierra, el ego político puede decidir el destino de personas reales.
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