Los niños aprenden a odiar
Una generación educada en el odio: la radicalización infantil sacude a la sociedad israelí
La otra cara Cánticos extremistas, agresiones normalizadas y consignas racistas forman parte del día a día de una infancia expuesta al fanatismo. En Israel, crece la preocupación por una generación que aprende a odiar desde el hogar, los medios y las redes sociales.

Las imágenes que han salido este lunes de Jerusalén no solo muestran disturbios juveniles, sino los síntomas de un fenómeno mucho más profundo y perturbador: la creciente radicalización de menores dentro de la sociedad israelí. Adolescentes —incluso niños— coreando "muerte a los árabes", agrediendo a jóvenes musulmanes en plena calle o celebrando la violencia como si se tratara de un rito de paso. Lejos de ser casos aislados, estas escenas reflejan un proceso estructural de normalización del odio desde edades tempranas.
Una sociedad que permite que sus hijos marchen con banderas al grito de consignas genocidas no solo enfrenta una crisis moral: está educando a una generación incapaz de imaginar la coexistencia, de reconocer al otro como humano. La infancia israelí, o al menos una parte significativa de ella, está siendo socializada no en los valores de la democracia, sino en los del fanatismo étnico y la supremacía nacionalista.
El diario 'Haaretz', uno de los pocos bastiones críticos del periodismo israelí, ha decidido enfrentar esta realidad publicando una guía dirigida a padres y madres, con herramientas para identificar y confrontar los discursos de odio que sus hijos reproducen. El simple hecho de que un periódico tenga que explicar a las familias cómo desradicalizar a sus propios hijos evidencia hasta qué punto este problema ha dejado de ser marginal.
La responsabilidad es colectiva, pero no equitativa. Las instituciones públicas han fallado. La televisión estatal emitió recientemente un video en el que niños cantaban "aniquilaremos a todos", acompañado de imágenes de bombardeos en Gaza. Aunque el video fue retirado tras una oleada de indignación, la señal enviada es clara: los discursos de odio no solo se toleran, sino que se amplifican desde plataformas que deberían educar en la convivencia.
Tampoco las redes sociales, dominadas por influencers ultranacionalistas, ayudan a frenar esta espiral. Al contrario, miles de jóvenes israelíes consumen diariamente contenido que trivializa el sufrimiento palestino, se burla de las víctimas o niega la existencia misma de inocentes en Gaza. La infancia, expuesta sin filtros a estos discursos, aprende que el odio no solo es aceptable, sino aplaudido.
Más inquietante aún es la implicación directa de algunas familias en este proceso. Se han documentado actividades como "cruceros" desde los que padres y madres, con sus hijos, observan bombardeos sobre Gaza como si se tratara de un espectáculo. También se han registrado casos de menores participando en la destrucción de ayuda humanitaria destinada al enclave palestino.
'Haaretz' insiste en que nadie nace radicalizado. Pero si el odio se enseña —en casa, en la escuela, en la televisión—, se convierte en norma. Frente a esta realidad, no basta con guías bien intencionadas. Hace falta una profunda revisión ética y política del modelo educativo, del discurso público y del papel de los medios en una sociedad que, si no actúa con urgencia, puede encontrarse muy pronto con una generación para la que la deshumanización será tan natural como el lenguaje.