Es el año 1955, el director del Hogar Joaquín García Morato pone a prueba a los jóvenes que abarrotan el centro para sortear entre ellos un puesto como aprendiz de sastrería. Los niños no piensan en el oficio, sino en la posibilidad de salir de aquel lugar.

El director aclara su voz y pregunta al grupo finalista cuál es el mayor acto de caridad que jamás han visto hacer. Uno de los niños responde: "lo que el Auxilio Social hace con nosotros", y gana automáticamente.

Ahora que se cumplen cincuenta años de la publicación de 'Paracuellos', Reservoir Books edita su edición total, con todas las tiras de esta serie

Aquel niño era Carlos Giménez y nunca llegó a convertirse en sastre, pero sí en uno de los mejores dibujantes de este país. Después de quedar huérfano, pasó por varios centros del Auxilio Social, conociendo muy bien la idas y venidas de sus habitantes y sus verdugos.

En las viñetas de Paracuellos dejó memoria de compañeros, de juegos y camaradería, pero sobre todo de los abusos de quienes debían cuidarlos.

El guion perfecto

Ahora que se cumplen cincuenta años de la publicación de Paracuellos, Reservoir Books edita su edición total, con todas las tiras de esta serie. En ellas recorremos la vida de un grupo de niños en la España de la posguerra, de la miseria y del abandono total. Desde los ojos de los niños podemos ver el sinsentido franquista, la brutalidad marcial con la que se crio a sus hijos o esa máxima repetida hasta la saciedad de que la letra con sangre entra.

"Bebíamos de las cisternas porque nos cortaban el agua, nos quitaban juguetes de los Reyes Magos..."

Una historia construida a base de la memoria colectiva de los que fueron o pudieron ser compañeros de pupitre, penurias y juegos. "Paracuellos es el guion perfecto de lo que vivíamos allí", explica Javier Melero. Nos atiende desde su casa. Su hermano y él crecieron en uno de estos centros. Cuando años más tarde leyó la obra de Giménez, sintió que revivía de nuevo cosas ya olvidadas: "Bebíamos de las cisternas porque nos cortaban el agua, nos quitaban juguetes de los Reyes Magos...", recuerda.

Javier y su hermano conservan las fotos de aquellos años. Les vemos haciendo ejercicio en el patio junto al resto de niños, raquíticos, con el corte a tazón y las orejas de soplillo. "Parecemos personajes de Giménez", dice entre risas. Paracuellos vino a recomponer un hueco en la memoria colectiva de aquella infancia. "Había mucha gente buena, pero también mucha crueldad. Los malos siempre podían mucho más que los buenos", comenta con resignación Melero.

Una oportunidad

José Luis Rechén también creció a la sombra del Auxilio Social. Su padre era brigadista internacional durante la Guerra Civil y su madre se quedó sola cuando este tuvo que marcharse tras el armisticio. Para Rechén aquellos años significaron la posibilidad de comer a diario mientras el país sufría la posguerra: "Se portaron muy bien con nosotros".

"No pasábamos hambre, lo peor eran peor las vomitonas porque nos obligaban a comer hasta la extenuación"

Cuenta su experiencia desde el ordenador de un familiar. Ha preparado todo para hacer una entrevista telemática. Sostiene frente a la webcam una fotografía junto a su madre- Él viste el traje de falangista de la OJE, las juventudes falangistas. Estuvo en uno de estos centros hasta los 12 años, cuando su madre pudo empezar a encargarse de él.

"Es cierto que hambre no pasábamos", explica Melero. "Casi eran peor las vomitonas porque nos obligaban a comer hasta la extenuación", comenta sobre un episodio que también recoge Giménez. Melero también reconoce que de no haber estado tutelado por el Estado su vida podría haber sido muy distinta, y añade que "hay que reconocer que hoy es un hombre de provecho porque le ayudaron".

Carlos Giménez consiguió la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes en 2003 por Paracuellos. Por la memoria, el recuerdo y la mirada. Ellos, los niños, no sonríen entre sus páginas cuando los adultos están cerca. Lo hacen solo cuando están solos y se pueden permitir ser nada más y nada menos que niños.

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