Encapuchados y enguantados, dos militantes de ETA escenifican la entrega de parte de su arsenal a los verificadores internacionales bajo una reproducción del Gernika de Picasso.

La banda hace entrega de cuatro armas, entre ellas un fusil, pistolas y revólveres, a las que suma dos granadas, además renuncia a 16 kilos de diferentes sustancias explosivas y a varios metros de cordón detonante el inventario lo cierran nueve temporizadores.

El contenido del zulo queda sellado con la firma de los verificadores y la estampa de la organización terrorista. Una escenificación que no se cree el Gobierno. Moncloa se ha mantenido al margen en un camino que ETA emprendió en enero de 2011 parando el fuego por decisión propia. Pero el verdadero punto de inflexión llegó en octubre del mismo año con dos palabras: cese definitivo.

Desde entonces, la misma retórica y pasos muy lentos hasta el dado, en el que los verificadores tildan de creíble y significativo. Un optimismo esperanzador, pero todavía difícil de contagiar tras más de medio siglo de atentados etarras y más de ochocientos muertos.