Es el nuevo Barça. Un Barça que no tiene reparos en juntar líneas. Uno que no tiene necesidad de dar pases y pases para llegar al área rival. Uno que entiende que, a veces, hay que hacer otra cosa. Hay que hacer, por ejemplo, lo que tocó ante el Atlético. Ante un Atlético ordenado que requería más velocidad para ser desarmado. Y fue eso lo que hicieron para desarmarlo.

Porque el Atleti se movía a la perfección en la presión. Como un bloque. Como una unidad. Como un equipo al que tan solo Lewandowski, con un par de maniobras ante Savic, parecía poder hincarle el diente. Pero Raphinha también. Porque el brasileño, por la derecha, le estaba haciendo traje tras traje a Hermoso.

Al final del primer acto sirvió para el 1-0. Fue en un balón que recuperó Kounde en defensa. De él, a Araújo, y el uruguayo puso un balón largo a Raphinha. Mientras que Hermoso pedía fuera de juego, el brasileño ya se la había liado para mandar la bola a Ferran Torres.

El valenciano controló, miró y con un disparo raso batió a Oblak. No hubo oposición, porque el Atlético estaba completamente descolocado esperando posiblemente otro tipo de acción del Barça.

Nahuel Molina, en la derecha, fuera de posición. Giménez, mal alineado y rompiendo el fuera de juego de Raphinha. Ninguno fue capaz de llegar a Ferran para tapar el tiro. El resultado, 1-0 en uno de esos goles psicológicos al llegar justo en el minuto 45.