Un encuentro de grandes poetas, repleto de libertad y con sabor a clandestino. No por la prohibición pero sí por la reivindicación de la palabra, expuesta de manera tan desnuda y disfrutada con tanto deleite que rozaba lo pornográfico. El cantautor colombiano Carlos Palacio (Pala) dejó claro el miércoles por la noche en la sala Galileo Galilei que su devoción por el verso, por la metáfora y los sonetos que otros abanderaron en las calles de Madrid en el siglo de Oro, serían las principales claves que marcarían un concierto único e inolvidable.
Porque las canciones de Pala son así, sencillas e irrepetibles. Como un beso bien dado. Aderezadas todas ellas con los ritmos que, según él, escuchaba en la radio mientras su madre cocinaba en Medellín (Colombia) y de los que no ha podido escapar: el tango, el son, el bolero, la balada… Pero sin demasiados artificios para no despistarnos de lo más importante para él: el texto. Un refugio offline a un mundo excesivamente online.
En su concierto manejó los tiempos con destreza. Arrancó de forma sosegada, con una de sus últimas composiciones, 'Ponme', que de alguna manera lo presenta y lo sitúa ante el público: "Ponme en tu palomar o en tu ventana. Que yo seré el candil que siempre he sido. Uno que solo alumbra con tu llama".
Un control de la emoción y la métrica casi matemático que le viene, dice, de su pasado como cirujano. Carlos Palacio nos cuenta que abandonó la medicina tras asistir a una embarazada en un parto. Le pareció demasiada responsabilidad tener en sus manos la vida de una persona nada más llegar al mundo. Así que decidió acompañar a la gente desde otro plano. Simplemente, con sus letras y sus canciones.
Y así se fue haciendo con el público del Galileo. Con música, diálogo, anécdotas y versos. La noche se fue prendiendo poco a poco. Tanto con su guitarra como recitando, solo con su voz, uno de sus poemarios, "La vocación del remo", con el que se alzó con el Premio Nacional de Poesía José Espronceda. "La hoja inhóspita lo traza un niño tímido en pueblo bucólico", decía Pala.
Repasó canciones de sus nueve trabajos discográficos como "El amor es primero", "Y respirar" o "Colgar los hábitos", en los que analiza, casi como sociólogo, el sentimiento romántico y las contradicciones humanas, con un tono irónico y elegantemente canalla. No pasó más de media hora hasta que quiso rodearse de amigos. De manera orgánica más que coreografiada, fueron subiendo escritores como Sonia del Campo y Juan Miguel Portillo, miembros de la Cofradía de la Palabra, que fundó en España hace cuatro años. Ambos acomodaron su poética en mitad del tema 'Brilla', que Pala defiende junto a Pedro Guerra en su último disco, "El siglo del loro". Sus letras se han hecho respetar tanto en España y Latinoamérica, que la lista de colaboradores es interminable Juanes, Rozalén,Marta Gómez, Coque Malla, el Kanka oJavier Ruibal.
No fueron los únicos poetas que fueron acrecentado las emociones en esa noche, que evocaba, al menos al que suscribe, a aquella época en la que los cantautores eran rockstars que llenaban estadios. Junto a Palacio también estuvo el polifacético Bernard Engel o la poetisa María Esteban, tan joven como madura a nivel literario: "La vida no es tan elástica como la pintan. Sería ingenuo creer que llega a todas partes. Si acaso es un líquido pálido, con grumos proteicos, como un caldo portugués", desgranó junto a los acordes del colombiano.
Y al final dos momentos sublimes: el primero el que protagonizó junto a su amigo y admirador Jorge Drexler. El uruguayo, rodeado de amigos y cómodo en su Madrid tras meses de una gira tan exitosa como maratoniana, le tomó prestada la guitarra a Palacio y entonó junto a él, su mítica "Milonga del moro judío". Un tema que le inspiró Joaquín Sabina y en esta suerte de generosidad, ahora tocaba compartir con su camarada de Medellín. Y lo entonaron juntos, casi en susurro. Generando una atmósfera irrepetible.
El segundo, la canción con la que estuvo a punto de cerrar, "Rubia como la Monroe", en el que su pareja, Piedad Monsalve le acompañó con baile y le tiró, a la cara, versos tan descarnados como eróticos.
Así acabó una noche donde imperó el poder de la palabra. Donde el texto, bien articulado, adquirió ese poder de remover, emocionar e incluso sanar. "Las canciones pueden alcanzar resultados fabulosos para lo que ni siquiera fueron planteadas. En épocas anteriores hubo quienes escribieron para cambiar el mundo. Yo no me lo planteo. Simplemente escribo lo que me sale y es verdad que, a veces, se producen pequeños milagros", nos explicaba Carlos Palacio tras esa noche… o tras ese pequeño milagro.
Foto de portada: JESÚS CORNEJO.
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