CÓMO DAN LA NOTA PARA TRIUNFAR
La batalla invisible: cómo las marcas compiten por el sonido de sus motores
Para las marcas más míticas, lograr un sonido reconocible ha sido casi tan importante como diseñar el motor que lo genera, y ahora, con la electrificación y la regulación acústica de por medio, la pelea por esa identidad sonora entra en un territorio nuevo.

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El sonido de un motor no es solo ruido: es una firma y hasta una llamada tribal, y a menudo, incluso, un arma de marketing. Para las marcas más míticas, lograr un sonido reconocible ha sido casi tan importante como diseñar el motor que lo genera, y ahora, con la electrificación y la regulación acústica de por medio, la pelea por esa identidad sonora entra en un territorio nuevo, mucho más artificial, pero también más competitivo.
Ferrari, Harley-Davidson o Lamborghini no solo venden sensaciones en aceleración o paso por curva. También te venden una melodía. Esa que hace girar cabezas antes de que el coche entre en la calle. La que pone los pelos de punta aunque el coche vaya al ralentí, y la que, para bien o para mal, no se puede eliminar sin pagar un precio alto. La electrificación amenaza con convertir toda esa personalidad en un archivo de audio programado por ingenieros de sonido.
En este escenario donde la normativa europea aprieta y los eléctricos avanzan como una apisonadora, las marcas están obligadas a reinventarse. Algunas están dando la batalla sonora con inteligencia artificial, otras con nostalgia, y otras, simplemente, haciendo ruido de verdad mientras aún pueden, porque cuando todo suene igual, solo quedará el recuerdo.
Ferrari: el arte de rugir sin filtro
Ferrari lleva décadas obsesionada con la nota perfecta. No hay otra marca que haya invertido tanto tiempo y dinero en ajustar la sinfonía de sus V8 y V12. El rugido de un 458 Italia o la explosión metálica de un F12 Berlinetta no son fruto del azar: hay horas de banco, pruebas de resonancia, tubos específicos y válvulas activas pensadas solo para sonar bien, incluso a costa de prestaciones.
Pero con la llegada de los híbridos y el SF90, la historia cambia. Ferrari ya ha reconocido que la era eléctrica los obligará a crear “una nueva identidad sonora” para sus modelos. No se trata solo de cumplir normativa: se trata de no perder el alma. ¿Puede un Ferrari sonar artificial y seguir siendo Ferrari? En Maranello dicen que sí, pero aún no lo han demostrado del todo.

El futuro inmediato apunta a un mix extraño: motores eléctricos que emiten sonido diseñado por software, pero con un toque mecánico inspirado en la tradición. Ferrari busca que su eléctrico no solo suene diferente, sino inconfundible. Y si alguien puede lograrlo sin caer en lo hortera, son ellos. Aunque la duda es legítima: ¿es realmente posible que un zumbido sintetizado haga que se te erice la piel?
Harley-Davidson: el ‘tá-tacataca-tá’ como ADN
Pocas marcas han vinculado tanto su identidad a un sonido como Harley-Davidson. El mítico ‘tá-tacataca-tá’ de sus bicilíndricos no solo es reconocible, es registrable. Literalmente. La marca intentó patentar ese sonido como suyo en los años noventa. Y aunque no lo consiguió legalmente, lo logró en la práctica: una Harley se escucha antes de verse, y eso forma parte de su encanto.
Sin embargo, la irrupción de la LiveWire, su primer modelo eléctrico, fue un terremoto para los harlistas de toda la vida. De pronto, ya no había vibración, ni petardeo, ni bramido de escape. Solo un zumbido futurista, más propio de una nave espacial que de una cruiser americana. El rechazo fue brutal. Y Harley, consciente del problema, ha tratado de equilibrar el salto eléctrico sin traicionar su legado.
Ahora la estrategia pasa por generar nuevos sonidos artificiales que recuerden, al menos en parte, al ADN Harley. No lo llaman “engaño” sino evolución. Pero el dilema está ahí: ¿cómo mantener la fidelidad de tus clientes cuando eliminas lo que más los enamora? La batalla de Harley no es tecnológica, es emocional, y está lejos de ganarse.
La UE y su cruzada contra el exceso de decibelios
Europa lleva años librando su propia guerra contra el ruido. La normativa actual limita de forma estricta los decibelios permitidos en vehículos nuevos. Incluso hay sistemas que sancionan automáticamente a los coches que superan ciertos umbrales en zonas urbanas. Todo esto con la excusa de la salud pública y el bienestar ciudadano.
Pero lo que empieza como una medida sensata acaba afectando directamente al corazón de la experiencia de conducción. La normativa obliga a silenciar incluso a los modelos deportivos más expresivos, castrando en muchos casos sus escapes con filtros, OPF y sistemas activos que abren solo cuando la ley lo permite. En la práctica, los motores ya no suenan como fueron diseñados para sonar.
Esto ha generado una situación absurda en la que las marcas como BMW, Audi o Porsche recurren a sonidos simulados en los altavoces interiores para devolver al conductor una parte de la experiencia perdida. Es decir, te quitan el sonido real y te lo devuelven fake. Una especie de placebo acústico que revela hasta qué punto el sonido importa, incluso cuando ya no es auténtico.

Los eléctricos: ¿una nueva era de diseño sonoro?
Con los coches eléctricos, el problema ya no es atenuar el sonido, sino inventarlo desde cero. Un motor eléctrico no suena, al menos no como algo atractivo. Es un zumbido plano, sin alma, que no comunica ni transmite nada. Por eso, los fabricantes están diseñando bandas sonoras personalizadas para cada modelo, como si fueran personajes de una película.
Porsche ha desarrollado una firma acústica específica para el Taycan, basada en tonos metálicos y frecuencias graves que imitan aceleraciones potentes. BMW, por su parte, contrató al mismísimo Hans Zimmer para crear los sonidos de sus i4 e iX. Sí, el compositor de películas como “Gladiator” o “Interstellar” haciendo rugir un coche con su teclado.
El resultado es curioso porque son coches que suenan bien, pero no reales. Es como si te pusieran unos altavoces en el salón con el sonido de un Shelby GT350, pero tuvieras delante una batidora. El cerebro, al final, no es tan fácil de engañar. El reto está en generar algo nuevo que tenga alma sin que parezca un videojuego de los noventa.
El futuro: nostalgia, algoritmos y sonido por suscripción
Lo que viene no es solo una lucha de estilos, sino un negocio. Algunas marcas ya estudian ofrecer sonidos descargables o configurables por software, como quien cambia el tono del móvil. Mercedes y Tesla han flirteado con la idea de un “sonido por suscripción”: pagar para que tu coche suene diferente. ¿Quién necesita un V8 si puedes tener veinte opciones en el menú?
La personalización sonora puede parecer una frivolidad, pero es la nueva frontera del branding. Si ya no hay diferencias mecánicas reales entre plataformas eléctricas, lo que distingue a un coche será su diseño… y su voz, y en eso, las marcas premium llevan ventaja: tienen el presupuesto y el archivo emocional para jugar con nuestros recuerdos.
Pero también hay riesgo. La saturación de sonidos artificiales puede llevar a una pérdida total de autenticidad. Cuando todo suene a algo programado, lo único que destacará será lo que no suene como los demás, y para colmo de males, el exceso de opciones de personalización también cansa, como sucedió con los politonos. Quizá, paradójicamente, la próxima gran revolución sonora sea el silencio absoluto.

¿Un silencio incómodo?
El sonido de un motor no es un capricho. Es una parte esencial de la relación entre el conductor y la máquina. Nos avisa, nos emociona, y nos conecta. Perderlo no es solo perder un estímulo, es amputar parte de la experiencia.
Las marcas lo saben. Por eso están invirtiendo tanto en esta “batalla invisible”. Porque saben que, cuando todo lo demás se parezca, el que consiga sonar como quiere el cliente, tendrá la ventaja. Aunque ese sonido no venga de un pistón, sino de un chip.
Mientras tanto, los fans de verdad seguiremos afinando el oído cada vez que escuchemos un V12 a lo lejos. Porque sabemos que ese rugido, en muy poco tiempo, será una especie en peligro de extinción.
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