Miguel Hernández murió en prisión, pero consiguió que sus poemas no desaparecieran con él. Los sacó gracias a su mujer, Josefina, y a un objeto que, como cabrero, conocía: una lechera: "Le decía 'mañana cuando vengas a verme, me traes una lechera con caldo de pescado que lleve un huevo duro y una patata'. Secaba como podía la lechera y ahí dentro metía los poemas y encima de ellos ponía las patatas y ponía el huevo, porque sabía que el guardia iba a mirar", explica Lucía Izquierdo, nuera de Miguel Hernández.
El obispo que en su día ayudó a estudiar a Miguel Hernández y que se sintió traicionado por el cambio de pensamiento del poeta, se ofreció a ayudar a Josefina con el objetivo oculto de borrar la memoria artística de Hernández. Sin embargo, explica Lucía a laSexta Columna, "ella como una heroína lo guardó todo y en unos sacos metía todo lo que podía y haciendo hoyos en un corral metían los manuscritos, con el pánico de que pudiese llover". En el vídeo sobre estas líneas, esta mujer cuenta la historia de su suegro y por qué, 80 años después de su muerte, ha llegado a los tribunales para que se le anule su condena.
Prefirió morir en la cárcel antes que renunciar a sus ideas
La nuera de Miguel Hernández, Lucía Izquierdo, cuenta cómo el poeta pudo haberse salvado de morir en la cárcel a cambio de su arrepentimiento.
Una historia de auténticos espías
No solo fue a Bárbara Rey: viaje a la España de los 90 en la que el Cesid espió a mansalva
Las conversaciones entre Bárbara Rey y Juan Carlos I son sólo la versión amateur en una época de escuchas profesionales. laSexta columna ahonda en los diarios del jefe de los espías de la época, Emilio Alonso Manglano, para reconstruir cómo el poder se movió entre las sombras para tapar sus vergüenzas o destapar las del contrario