Y convertirse en el doctor Rosado

Las dos horas de Joel para poner su vida en pausa cuando hay un trasplante: "Aunque esté recogiendo a Nico de la guardería..."

Los especialistas del hospital Vall d'Hebron cuentan en Salvados cómo diariamente tienen que poner su vida en pausa para dar una nueva oportunidad a la de los pacientes que esperan una donación.

Las dos horas de Joel para poner su vida en pausa cuando hay un trasplante: "Aunque esté recogiendo a Nico de la guardería..."

"El trasplante es una actividad no programada: aparece cuando aparece". Es por ello que es imposible que quienes trabajan en la Unidad de Donaciones y Trasplantes tengan una horario de oficina que les permite conciliar con facilidad su vida personal con la profesional.

Gonzo acompaña en este programa tan especial a quienes ejecutan lo más parecido a un milagro médico: a los profesionales del Hospital Universitari Vall d'Hebron en Barcelona, uno de los más veteranos y reputados del país y del mundo. El equipo de Salvados centra su mirada en el sacrificio de quienes hacen que las segundas oportunidades sean posibles, que consiste en robar tiempo de su vida personal para poder alargar o mejorar la de sus pacientes.

El sacrificio personal de los profesionales de la Unidad de Donación y Trasplantes

Y es que "cuando llega una oferta, si a las dos de la madrugada te ofrecen un órgano de otro hospital, o vas o lo pierdes", resume con claridad el doctor Albert Sandiumenge, coordinador del programa.

Cuando de repente suena el teléfono y hay una donación, al doctor Joel Rosado, cirujano torácico y de trasplante pulmonar, tiene dos horas para dejar de hacer lo que esté haciendo y dirigirse al hospital. "Aunque esté con mis hijos, aunque esté en el entrenamiento con Lucas, con Pelayo o recogiendo a Nico de la guardería para ir al parque, tengo que ver cómo hago junto con Bea para que ella se encargue de todo. Resumiéndolo: reorganizarme y venir al hospital con quien vaya a acompañarme e ir donde toque", le cuenta a Gonzo.

Una situación que se repite con cierta frecuencia. "Sí, tienes que estar disponible para ir, pero lo entiendes como lo que hay que hacer y tampoco cuesta nada", asegura, aunque admite que pasa "mucha horas fuera de casa". "Los niños lo entienden porque no han conocido otra cosa de su padre", añade.

"Mi marido ya lo sabía: me conoció estudiando Medicina. Sabía que me iba a dedicar a esto -no específicamente a trasplantes- pero sí a una profesión con guardias, fines de semana, Navidad, San Juan... Ya lo tenía asumido. Hay temporadas que lo lleva mejor y otras menos, pero es algo que ya sabía", narra Aroa Gómez, intensivista y coordinadora de trasplantes de este hospital. Su mirada se empaña al hablar de su hijo:" Es verdad que, desde que tuve a mi niño, ahora me cuesta un poco más".

El esfuerzo y la recompensa

Su recompensa no es otra que conseguir sacar adelante un trasplante, dar un tiempo de vida extra con el que ya no contaban a sus pacientes. Y eso es algo que, se congratula el doctor Rosado, casi siempre tienen la oportunidad de intentar. "La mayoría de las veces el órgano vale", asegura, feliz. Aunque antes de desplazarse tienen la información clínica válida, realmente solo lo saben con seguridad estando allí.

En paralelo, su equipo espera en el hospital las buenas noticias. Antes, el comité de trasplantes ya ha hecho su trabajo.

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