A pesar de la adversidad de su encierro, Alexéi Navalni encontraba refugio en la lectura y el humor. A través de sus cartas, reveladas recientemente, descubrimos un espíritu indomable que no se dejaba quebrantar por las rejas de su celda. Estas misivas, escritas desde los confines de su prisión, son un testimonio de la lucha del opositor ruso por mantenerse conectado con el mundo exterior, demostrando que ni la soledad ni el aislamiento podían mermar su determinación.

La limitación a un solo libro parecía un castigo más severo para él que la propia encarcelación. Navalni, en sus escritos, protestaba con vehemencia por esta restricción, soñando con una biblioteca de 10 títulos que pudiera rotar a su antojo. Su amor por las memorias, desde las reflexiones sobre los campos de concentración soviéticos hasta las vivencias de Kennedy, reflejaba su incansable búsqueda de conexión con historias de resistencia y humanidad.

Navalni nunca perdió su característico sentido del humor, incluso en las circunstancias más desesperanzadoras. Con sarcasmo e ironía, desafiaba la solemnidad de su situación, burlándose del sistema judicial ruso y encontrando motivos para sonreír incluso en los momentos más oscuros. Esta actitud se reflejaba en sus apariciones públicas y en sus cartas, donde el humor se convertía en su arma más poderosa contra el desaliento.

Con ese sarcasmo, pedía a quien le escribiera que le hablara de la vida cotidiana. Echaba de menos la rutina: la comida, los sueldos, los cotilleos y las noticias. Por eso, también escribía sobre la actualidad: para él, las propuestas de Donald Trump ran realmente aterradoras. También escribía que le gustaba preocuparse por temas escandalosos y cuestiones étnicas, en referencia a Gaza o que, a pesar de que nunca había visto 'Friends, estaba conmovido por cómo Matthew Perry había marcado a una generación.

Su interés por los placeres cotidianos, desde la comida hasta la cultura pop, mostraba a un hombre que, a pesar de estar confinado, seguía profundamente conectado con la vida más allá de las paredes de su prisión. En sus cartas cuenta que solo tenía derecho a dos tazas de agua hirviendo y dos trozos de pan asqueroso y por eso escribía que cuando estaba en Berlín prefería los kebabs al falafel, o que le apetecía comida india.

Navalni murió en la cárcel ártica donde cumplía condena. En su última carta a un gran amigo suyo escribió: "Esperanza. No tengo ningún problema con ella".