La práctica de personalizar los partidos políticos en España ha sido una táctica recurrente a lo largo de los años. Porque si pones el nombre, ¿por qué no poner la foto?, se preguntarán algunos. Esta estrategia, vista como un medio para que los votantes identifiquen claramente a quién están eligiendo, busca distanciar al candidato del partido, o en algunos casos, es simplemente un reflejo del ego del candidato. Se han observado varios casos donde los líderes políticos han tomado esta ruta, no solo añadiendo su nombre al del partido, sino también su imagen, convirtiéndose en la cara literal de la campaña.

Desde Jesús Gil y Gil, quien nombró a su partido Grupo Independiente Liberal (GIL) como una clara alusión a sí mismo, hasta Ruiz Mateos, que llevó esta práctica un paso más allá al utilizar su rostro como el logo de la Agrupación Ruiz-Mateos para las elecciones europeas de 1989. Este enfoque no es nuevo y ha servido de inspiración para políticos contemporáneos. Pablo Iglesias, Ada Colau, Íñigo Errejón, Manuela Carmena y Carles Puigdemont son algunos de los nombres que han seguido esta tendencia, personalizando sus campañas electorales con sus imágenes y nombres, demostrando que el personalismo trasciende las líneas ideológicas.

La estrategia de minimizar o incluso eliminar los logos de los partidos ha sido notablemente adoptada por líderes como Alberto Núñez Feijóo en Galicia, quien ha ocultado casi por completo las siglas del Partido Popular en sus campañas. En las elecciones municipales vascas de 2019, Borja Sémper se presentó a la alcaldía de Donostia sin logo y sin siglas del partido, un claro ejemplo de cómo la imagen personal puede predominar sobre la identidad partidaria.

El fenómeno no se limita a un espectro político. Tanto en el PP como en el PSOE, figuras como Xavier García Albiol, Paco Torres, Juanma Moreno, Susana Díaz, y Daniel Lobato han empleado tácticas similares, donde el nombre y, en ocasiones, la imagen del candidato toman precedencia sobre los símbolos tradicionales del partido.