Todo atado y bien atado
España en luto y bajo control: cómo se organizó la muerte de Franco y qué queda de aquella planificación hoy
Los detalles Cuando murió Franco, España vivió 30 días de luto oficial con colegios cerrados y funerales organizados al milímetro, mientras bares y fábricas seguían abiertos; hoy seguimos viendo calles, monumentos y mercadillos que recuerdan aquel control absoluto del régimen.

Aunque hayan pasado cinco décadas desde la muerte de Franco, su sombra sigue muy presente en España. No hablamos solo de historia en los libros: hablamos de calles, plazas, monumentos y hasta bares que todavía recuerdan al dictador. Según los últimos recuentos, hay más de 6.000 símbolos franquistas ocupando espacios públicos, muchos de ellos de manera ilegal. La Ley de Memoria Democrática trabaja poco a poco para eliminarlos, pero no es algo que se consiga de un día para otro.
Todavía hay seis municipios con nombres franquistas que se resisten a cambiar: Llanos del Caudillo (Ciudad Real), Alberche del Caudillo (Toledo), Villafranco del Guadiana (Badajoz), Alcocero de Mola (Burgos), Quintanilla de Onésimo (Valladolid) y San Leonardo de Yagüe (Soria). Cada uno de estos nombres es un recordatorio de un pasado que muchos querrían enterrar. A esto se suma el Arco de la Victoria en Madrid, construido por Franco para conmemorar su golpe de Estado, imposible de ignorar cuando paseas por la capital.
La huella del franquismo no se limita a nombres y monumentos. También hay bares con estética franquista, mercadillos temáticos y eventos que parecen una nostalgia por tiempos que muchos preferirían olvidar.
Si volvemos a 1975, tras la muerte de Franco, España vivió un luto oficial de 30 días con banderas a media asta y suspensión de teatros, cines, circos y espectáculos. Pero bares, cafeterías, restaurantes y tiendas permanecieron abiertos, y las fábricas siguieron funcionando. Solo algunos organismos oficiales y empresas dieron permiso retribuido para acudir a misas o a la capilla ardiente. Universidades y colegios cerraron durante siete días, para prevenir disturbios o protestas. La bolsa también cerró, para evitar que la especulación provocara inestabilidad.
Nada de esto fue improvisado. Fue la llamada 'Operación Lucero', un plan milimétrico que organizaba desde el entierro hasta la seguridad frente a posibles francotiradores, pasando por qué hacer si llovía o si alguien quería manifestarse. Según el periodista Ernesto Villar, autor de 'Los espías de Suárez', "nada se dejaba al azar. Era un plan para que los ciudadanos casi no notaran la magnitud de lo que estaba pasando".
Hoy, casi 50 años después, el reto es distinto: quitar del paisaje urbano y mental los restos de un régimen que todavía persiste en nombres de calles, pueblos, monumentos y espacios comerciales. La Ley de Memoria Democrática avanza, pero la resistencia de algunos municipios y la nostalgia de ciertos sectores hacen que el camino sea lento. Los símbolos franquistas siguen ahí, recordándonos que la historia no se borra con un decreto y que la memoria es más persistente de lo que nos gustaría.
Salir a la calle y encontrarte con ellos es como dar un paseo por el pasado, uno que no siempre queremos recordar, pero que, para muchos, sigue muy presente. Bares, mercadillos y monumentos nos hablan de un tiempo que aún late en las calles, y la batalla por la memoria democrática continúa, día a día, nombre a nombre, símbolo a símbolo.
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