Un hombre de paz

Ernest Lluch, un garante del diálogo y la libertad que ETA asesinó hace un cuarto de siglo

¿Por qué es importante? Lluch defendió la democracia como espacio de encuentro, incluso con quienes pensaban radicalmente diferente. En una ocasión celebró que un grupo intentase boicotear un acto en Donosti porque eso significaba que quienes "antes mataban", solo gritaban.

El político socialista, Ernest Lluch.
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Un garante del diálogo, pacifista y símbolo de la tolerancia y libertad. Así se podría describir el legado del socialista Ernest Lluch en el 25 aniversario de su muerte. Ministro de Sanidad entre 1982 y 1986, fue asesinado por ETA en el 2000, pero sigue siendo una figura que representa los valores democráticos.

Ernest Lluch (1937-2000) inició su actividad política como activista antifranquista en la Universidad de Barcelona. Fue uno de los diputados que se quedaron encerrados en el Congreso de los Diputados en el golpe de Estado del 23-F. En 1982 se convirtió en ministro de Sanidad y durante su mandato logró sacar adelante la sanidad universal que a día de hoy se mantiene en España.

Tuvo una gran influencia moral y política. Siempre defendió que los conflictos políticos —incluido el terrorismo de ETA— debían abordarse mediante la palabra, la negociación y la búsqueda de entendimiento. Creía profundamente en la democracia como espacio de encuentro, incluso con quienes pensaban radicalmente diferente.

Diálogo frente a la violencia

De origen catalán, Lluch mantuvo un fuerte vínculo con Euskadi, que en algunos artículos describió como "mi querida tierra vasca", y siempre anheló el fin de la violencia de ETA.

"No cejaré hasta que el nacionalismo democrático vasco entre a formar parte del bloque constitucional a través de la fórmula de los derechos históricos o de cualquier otro tipo de negociación", sostuvo. Se rebeló contra el acoso abertzale y defendió el diálogo ante cualquier conflicto, incluso frente al terrorismo que acabó con su vida.

Formó parte del movimiento pacifista Elkarri y, aunque no negoció directamente con ETA, gracias a sus contactos personales —académicos, políticos y sociales— ayudó a crear canales discretos de comunicación entre personas que defendían el fin de la violencia y sectores vinculados a la izquierda abertzale.

Un año y medio antes de su asesinato, durante la primera tregua de ETA, participó en un acto del candidato socialista a la alcaldía de San Sebastián, Odón Elorza, que miembros de la izquierda abertzale intentaron impedir y su reacción dio muestra de su compromiso político.

"Qué alegría llegar a esta plaza y ver que los que ahora gritan antes mataban y ahora no matan. ¡Qué alegría! No saben que han cambiado las cosas, no saben que ha llegado la libertad y la democracia a este país, no se enteran. ¡Gritad más, que gritáis poco! ¡Gritad, porque mientras gritéis no mataréis!", exclamó ese día.

Amenazado por ETA

Sabía que estaba en el punto de mira de ETA. En una larga entrevista con Marçal Sintes en 1996, el periodista le preguntó si la banda terrorista le había amenazado. Lluch respondió que le habían estado siguiendo.

Aunque evitó da detalles porque "por ahora hemos salido bien librados del asunto y no debemos aprovechar para hacernos los mártires", reconoció que a veces tenía miedo. Sin embargo, eso no le impidió seguir defendiendo el diálogo para conseguir el respeto a los derechos humanos y la pacificación en Euskadi.

"La política es el arte de introducir reformas a ritmo, el arte de la política es tener ese ritmo", decía. Entendía que llegar a acuerdos era la fórmula más adecuada porque "cuantas menos heridas queden, mejor".

El 21 de noviembre del 2000, la Policía encontró su cuerpo en el garaje de su casa, en Barcelona. Lo asesinaron con dos tiros en la cabeza cuando volvía de dar clases en la universidad, la que, según el mismo decía, era su verdadera vocación.

Su hija aseguró que ETA le asesinó porque con el diálogo y con buenos argumentos, su padre desmontaba los "argumentos ilógicos" de la banda terrorista.

Ese mismo año, ETA mató a otras 22 personas. Entre ellos Fernando Buesa, Juan María Jáuregui, Joxe Mari Korta, José Luis López de la Calle, Luis Portero García… Todos ellos referentes sociales como políticos, académicos, empresarios o periodistas.

Su muerte le enalteció aún más como un hombre de paz y contó con el rechazo mayoritario de la sociedad española, que cristalizó en una manifestación de repulsa en Barcelona dos días después del suceso, con cerca de un millón de personas.

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