Hasta el domingo
De Barcelona a Badajoz, casi 90 años después: el 'Gernika de Extremadura' vuelve a la ciudad que inspiró su creación
¿Por qué es importante? El 'Gernika extremeño' vuelve a Badajoz y muestra lo que pasó: víctimas en la arena, verdugos en las gradas y curas bendiciendo la violencia, recordando a todos la historia que la ciudad no puede olvidar.

Toda España tuvo su 'Gernika'. No solo el de Picasso. Hubo bombardeos en el norte, fusilamientos en el sur, cunetas abiertas en todas las provincias. En Badajoz, el espanto llegó pronto. En los primeros días de la Guerra Civil, las tropas sublevadas cruzaron la frontera desde Portugal y tomaron la ciudad al grito de "¡Viva España!". En pocas horas, el poder cambió de manos y el terror se desató: entre 1.500 y 4.000 personas fueron asesinadas en uno de los episodios más atroces del inicio del conflicto.
Mataron en las calles, en el cementerio, en los descampados y, sobre todo, en la plaza de toros. Allí, donde antes se aplaudía al toro y al torero, se fusiló a hombres, mujeres y niños. Los cuerpos fueron amontonados bajo el sol, y el olor a muerte quedó flotando durante días. Badajoz se convirtió entonces en un símbolo, una advertencia de lo que vendría: la violencia como lenguaje, la purga como política.
Meses después, un pintor catalán —Martí Bas— decidió convertir aquella masacre en imagen. Lo hizo en 1937, mientras Europa contenía la respiración ante la guerra de España y Picasso ya daba forma a su 'Gernika'. El artista no buscó la distancia del mito ni el artificio del símbolo: pintó la escena como un espejo deformado de la realidad.
En la arena del cuadro están los que van a morir: obreros, campesinos, milicianos, mujeres, niños. Rostros sin nombre, vencidos antes de caer. En las gradas, los que matan: soldados con el brazo en alto, curas que bendicen la sangre, terratenientes y requetés que observan desde su palco. Es una corrida de la muerte. La República frente al poder. El pueblo frente a sus verdugos.
La pintura se exhibió por primera vez en una muestra sobre la guerra. Después, sobrevivió al silencio, al exilio y a la censura. Acabó en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), donde se conserva como testimonio incómodo de un país que durante décadas prefirió no mirarse al espejo. Allí la bautizaron como el 'Gernika extremeño', por su tono trágico, su crudeza y su sentido colectivo de la pérdida.
Hoy, casi noventa años después, la obra ha regresado a Badajoz. Se expone en el Museo de Bellas Artes hasta el domingo. Es una visita breve, pero cargada de peso simbólico: por primera vez, el cuadro vuelve al lugar donde ocurrieron los hechos que lo inspiraron. Y esa sola presencia —la pintura frente a la ciudad que la engendró— es una forma de justicia.
En la sala, los visitantes se detienen largo rato. Miran los rostros de los que mueren, los gestos de los que mandan matar. Reconocen la historia que durante tanto tiempo se quiso olvidar. No hay nombres ni fechas precisas, pero todos entienden lo que el cuadro dice: que la barbarie tuvo misa y aplauso, que la muerte se organizó como un espectáculo, y que hubo quienes bendijeron la sangre desde la grada.
El 'Gernika' de Picasso nació del aire incendiado de Euskadi. El de Extremadura, de la arena caliente de una plaza convertida en matadero. Ambos son gritos. Ambos son memoria. Y ambos recuerdan que la pintura, a veces, puede hacer justicia donde la historia aún no se atreve.
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