Lo que sucedió en Granadilla de Abona, una tranquila localidad de Tenerife, es el principio de una pesadilla. En 2013, cayó allí el segundo premio de la Lotería de Navidad, y los afortunados celebraron los 125.000 euros que se ganaban con cada décimo. Adolfo Guirles, tinerfeño, compartió un décimo ganador con un amigo. Sin embargo, nunca hubiese imaginado qué iba a ocurrir.

"Empecé a llamar a mi amigo, pero no me lo cogía, y empecé a pensar lo peor", recuerda Adolfo, quien cuenta que compró el décimo compartido con su amigo en una gasolinera de la zona. "Le pedí a la camarera que me diera un bolígrafo y lo firmé por detrás", señala. Su amigo guardó el décimo y nunca más se volvieron a ver. Sin embargo, un abogado consiguió probar ante el juez que el premio le pertenecía.

Gracias a la declaración de dos personas que estaban en la cafetería y vieron lo que ocurrió, el tinerfeño consiguió ganar el juicio después de nueve años. "Además de devolverme el dinero, tenía que pagar las costas de juicio, los intereses y un año y medio de cárcel. Descontando Hacienda, tocaba a 50.500 euros más o menos", indica el denunciante, quien añade que el que era su amigo "se declaró insolvente". "Ese dinero y voló", lamenta.