A gritos se libra la
última gran batalla indígena, lo hacen para defender lo poco que tienen: su
tierra, su estepa, su reserva india de Dakota, conocida como Standing Rock.
La amenaza es la
construcción de un oleoducto de 1.825 kilómetros cuya obra va a costar 3.500
millones de euros. Llevará el petróleo pesado extraído por medio del controvertido
método fracking, que aseguran destruirá sus tierras sagradas y contaminará, aquí los
más grave, las aguas del río Misuri del que depende su modo de vida.
Es la mayor concentración de tribus desde la
época de las guerras indias, en el siglo XIX. La rebelión es tal que cientos de
activistas de 200 tribus luchan por bloquear la construcción del oleoducto y
enfrente han encontrado la mano dura de policías y guardias de seguridad de la
empresa constructora.
Da fe de ello las
cifras: 141 detenidos la semana pasada, hace un mes seis manifestantes fueron
atendidos por mordeduras de perros y 24 fueron rociados con spray.
La revolución lleva
varios meses y cada vez cuenta con más apoyos. No es el caso ni de Trump ni de
Hillary Clinton. Pero la voz de sus protestas, aunque ha tardado, ha llegado a
la Casa Blanca. Obama ha anunciado que se estudia el cambio de trazado para
respetar las tierras sagradas de los indígenas. Y así lo esperan ellos porque
de lo contrario lucharán hasta el final.