Ataques a la democracia

Denunciar fraude electoral: el arma arrojadiza de la ultraderecha alrededor del mundo para justificar una derrota en las urnas

¿Por qué es importante? Algunos dirigentes siembran en sus votantes la desconfianza en el sistema para asegurarse una respuesta social cuando pierden las elecciones.

Imagen del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021
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La denuncia de fraude electoral o irregularidades en el voto por correo es un clásico en todo el mundo ultra. De Donald Trump a Jair Bolsonaro, son muchos los líderes con 'malperder' que no aceptan su derrota en las urnas.

"Quiero actualizaros nuestros esfuerzos para exponer el tremendo fraude electoral", afirmaba el actual presidente estadounidense en 2020, tras perder ante Joe Biden.

El malperder en dirigentes políticos es que desemboca en no aceptar que ha ganado un rival y achacar su victoria a una mano negra, un pucherazo, o a un fraude. Es el mantra que viene repitiendo en bucle gente como Trump que desde la última legislatura demócrata ha defendido que no perdió, que le robaron.

El principal problema de estas tesis es que generan malestar entre la población y desconfianza en el sistema, convirtiéndose con ello en el perfecto caldo de cultivo para las revueltas. De hecho, eso fue exactamente lo que ocurrió en 2021, antes de la toma de posesión de Biden.

Trump llevaba meses arengando a sus seguidores y advirtiendo que, si perdía, era porque los demócratas habían manipulado las elecciones o porque se había producido una injerencia extranjera. El desenlace fue el asalto al Capitolio del seis de enero en Washington a manos de ultras que querían tomar el poder por la fuerza.

Eran hordas de personas que, creyendo en la máxima autoridad del Estado, se sentían indignadas al pensar que habían ganado, pero que no gobernarían los suyos. Aquellos hechos acabaron con la vida de cinco personas.

Se trata de una mecha muy peligrosa que también prendió en Brasil el expresidente Jair Bolsonaro. La justicia brasileña le ha condenado por liderar un intento de golpe de Estado tras las elecciones de 2022, en las que venció Luiz Inácio Lula da Silva.

La fórmula fue la misma que la de EEUU el año anterior: gobiernan una legislatura, fracasan en las siguientes elecciones y no asumen la derrota. Entonces, sus seguidores más fieles, indignados y alentados por sus insensatos líderes, entran en acción para ejercer lo que consideran un acto de justicia.

La cuestión esencial es que cuando los organismos apropiados de esos países o incluso instituciones internacionales revisan los correspondientes procesos electorales a través de diferentes filtros, no se encuentran esas famosas irregularidades. Pero para cuando llega la sentencia, el mensaje ya está instalado entre sus votantes, debilitando la democracia.

Más reciente es el proceso que se está viviendo en Honduras, donde las elecciones están en pausa con acusaciones mutuas de fraude entre el candidato conservador Nasry Asfura, apoyado por Trump, y el de centroderecha, Salvador Nasralla.

Sin embargo, por mucho que los ultras repitan el mantra del amaño electoral, la mayoría de las veces no se convierten en realidad.

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