Un último adiós
"Era de Plasencia, me parece que decía": lo que se siente en el Jerte cuando suena el Robe
Robe Iniesta (Plasencia, 1962) ha fallecido a los 63 años, dejando huérfana a una ciudad que hoy le llora orgullosa, y que hace apenas unos días le nombró 'hijo predilecto'.

"¡Vamos a robar cerezas! De las del valle del Jerte. Soy capaz de cualquier cosa por volver a verte", cantaba Robe Iniesta en una de las canciones incluidas ya en sus últimos dos discos que sacó en solitario, cuando 'Extremoduro' rompió definitivamente, allá por 2021, aunque en el fondo jamás llegó a romperse porque siempre quedaba la esperanza de una última gira más para seguir cantando a pleno pulmón todos aquellos himnos que han pasado y pasarán de generación en generación. Que no son precisamente ni uno ni dos, como les pasa de verdad a los grandes, a los que hacen y se hacen leyenda.
La comunión de Robe con su Plasencia natal y sus paisanos tiene algo de místico y espiritual, nadie (o casi nadie) en la capital del Jerte puede cantar una de sus canciones sin sentirse orgulloso de sus raíces, de vanagloriarse por ser "de aquí, de Plasencia", de sacar pecho cuando te dicen que el Robe es una leyenda del rock y de la música en español, a la altura casi del mismísimo Sabina (perdonen el atrevimiento), y que ahora su muerte suena a la muerte misma de una parte de la banda sonora de sus vidas, de nuestras vidas, y de toda una ciudad que le llora digna y enorgullecida. El Ayuntamiento ha decretado tres días de luto para el que fuera su personaje más ilustre y hace apenas un mes le nombró 'hijo predilecto'. En 2014, fue distinguido, además, con la Medalla de Extremadura, de su Extremadura.
Recuerdo hoy a todos los placentinos de mi generación y de otras venideras (porque el Robe era de todo y para todos) cantar casi desgañitados, a finales de los 90, principios de 2000, en el mítico y desaparecido 'Impacto', aquel bar de al lado de La Catedral donde los jóvenes de entonces nos reuníamos casi cada fin de semana, el 'Salir, beber, el rollo de siempre'. Es entonces cuando se formaba esa comunión entre todos, pijos, hippies, alternativos, punkis, popis... en la que nos juntábamos al unísono, dejábamos lo que estuvieramos haciendo y sacábamos pecho, afinábamos la garganta y entonábamos orgullosos '¿Dónde estarán los besos? Se los han quedado las flores'.
Era eso, sin pensarlo y sin querer, algo identitario y de raíces que nos unía a todos por unos minutos. Da igual lo que fuéramos y cómo nos llevábamos. Éramos de Plasencia. Y celebrábamos a uno de los cantantes más grandes de nuestro tiempo. Y eso, para todos, era más que indiscutible. Y luego, 'llegar a la cama y, joder, qué guarrada, sin ti'.
Nadie (o casi nadie) en la capital del Jerte puede cantar una de sus canciones sin sentirse orgulloso de sus raíces, de vanagloriarse por ser "de aquí, de Plasencia"
Por no hablar de los hit más antiguos, el 'Jesuscrito García', el 'So Payaso', por no hablar de las generaciones anteriores, la que tenían la edad del Robe, de aquellos que compartieron espacio, lugar y tiempo, aquellos que le vieron en sus principios, que le vieron crecer como poeta y músico. 'Pues yo fui con a La Salle', 'A mí me vendió un cassette cuando entonces no era nadie', 'Yo iba al taller a su padre'... Aquellos que compartiron la Plasencia de antes, esa que a veces, también los que somos algo o bastante jóvenes, añoramos un poco.
Todavía ahora, a pesar de que vivía en Lezama (Vizcaya) desde hace años (su relación con el músico Iñaki 'Uoho' Antón, ex de 'Platero y Tú', marcó un antes y un después en la vida del cantante y se fue a vivir al norte), se le veía frecuentemente por la ciudad (venía cada vez que podía a ver a su familia), también a sus dos hijos, que pasan o rondan los 30, y son uno más, si no más, de la vida placentina.
Hoy su muerte deja un poco huérfana a la ciudad que le vio nacer y crecer, a su tierra extremeña que siempre llevó por bandera (llamó 'Extremoduro' a su banda, si eso no es querer....), a miles de generaciones que crecieron con sus canciones, que se enamoraron y se maldijeron con ellas, que beatificaron algunos de sus álbumes, algunos de los más importantes de la música en español, que, de algún modo, también sintieron esa comunión, esa especie de experiencia religiosa al rezar a un tal Jesucristo García y que también perdieron la cuenta de las veces que te amé y desequiciaron su vida por ponerla junto a mí, que vomitaron su alma en cada verso.
Para siempre queda su legado, su canallismo, su poesía, sus himnos y, sobre todo, digamos algo así como sus lecciones de vida, que tan bien quedaron plasmadas en su preciosa 'Ama, ama, ama y ensancha el alma'.
Hay que dejar el camino social alquitranado
Porque en él se nos quedan pegadas las pezuñas
Hay que volar libre al sol y al viento
Repartiendo el amor que llevas dentro
"Hasta siempre. Déjame que llegue la primavera. Y así me paso la vida entera...".
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