"Esto es muy negro, muy negro; esto nada, esto desaparece", apunta José Javier cuando recuerda los años de oro de su negocio y los compara con los tiempos que atraviesa el oficio de carbonero. Habla de cuando su padre, fundador del negocio que hoy él regenta, repartía hasta 3.000 kilos de carbón, nada que ver con los 300 que consigue colocar actualmente en todo un mes.
Antes todo eran cocinas de carbón. Hoy, quien conserva una en su casa es poco menos que un rara avis; y más si hablamos del centro de Madrid. Así de difícil lo tiene cada día José Javier: mantiene vivo su negocio de carbones en el madrileño barrio de Tetuán pero sus clientes han cambiado mucho.
De hacer el reparto por puerta por puerta de domicilios particulares, José Javier ha pasado a abastecer a restaurantes y locales como principales clientes. Ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos. Es uno de los pocos carboneros que quedan en la capital, pero su profesión poco tiene que ver con lo que era en 1936 cuando su padre levantó el negocio de la nada.
"Casi todo es clientela de restaurantes que tienen comida y parrillas nuevas. Cosas ricas nuevas. Que si el cliente quiere su carne con sabor... Si no fuera por el carbón vegetal no sobreviviríamos", apunta el propio José Javier consciente de que su trabajo cada vez tiene feudos de servicio más limitados.