El historial de Rusia con los envenenamientos no es exclusivo de la era Putin. Ya en los años 20, la inteligencia rusa creó la 'Kamera', un laboratorio secreto incluso para la KGB donde experimentar con potentes venenos que hicieran frente al gas mostaza.

El entonces líder de la Unión Rusa Militar, Alexander Kutepov, sería su primera víctima. Falleció, según la URSS, tras ser secuestrado en París por sobredosis de una droga desconocida. Pero no fue la última. Poco después, el disidente Georgi Markov fue envenenado con ricina. Se le inyectó con la punta de un paraguas en la pierna mientras esperaba el autobús en Londres.

Hace mucho que la KGB, según sus propios agentes, decidió que el veneno era el mejor método contra los enemigos del Kremlin, y parece que el Servicio Federal de Seguridad lo mantiene como elemento de disuasión y, a veces, como cortina de humo por lo fácil que parece negar la culpabilidad.

A una supuesta muerte natural recurrió Putin en uno de los casos más comprometidos: el del exespía ruso Aleksandr Litvinenko, que falleció tres semanas después de reunirse en un hotel de Londres con dos exagentes rusos. El método fue el Polonio 210, un elemento radiactivo.

Cualquier sustancia parece un elemento eficaz, silencioso y difícil de detectar. En el caso de Piotr Verzilov no se pudo identificar. Sin embargo, sí lo hicieron en el caso de Viktor Yushchenko, al que las altas dosis de dioxina le deformaron la cara tras una cena con los servicios de seguridad.

Pero el veneno autóctono indispensable en el historial ruso es el Novichok. Se trata de un agente nervioso capaz de colapsar las funciones vitales en segundos. Como consecuencia del mismo, el opositor ruso Anatolievich Navalni permaneció nueve días conectado a un respirador. Lo habían aplicado en su ropa interior antes de tomar un vuelo a Moscú.