Vigilancia 24/7

Pulseras que vibran, botas que cuentan pasos y algoritmos que deciden tu ascenso: la distopía laboral ya está aquí

¿Por qué es importante? En hoteles, almacenes y oficinas, cada acción de los trabajadores puede ser monitorizada, y aunque los algoritmos prometen objetividad, expertos alertan sobre sus riesgos: discriminación, sesgos y la pérdida de control sobre la propia jornada laboral.

Pulseras que vibran, botas que cuentan pasos y algoritmos que deciden tu ascenso: la distopía laboral ya está aquí

Yolanda Díaz ha alertado sobre el uso de pulseras de seguimiento que monitorizan cada segundo laboral de los empleados, una tecnología que, según la ministra, usan Amazon y otras empresas tecnológicas.

Díaz ha anunciado una gran inspección laboral y advierte que no quiere que volvamos a vivir situaciones de explotación laboral comparables a un "cuento de Dickens". Pero la pregunta que muchos se hacen es: ¿ya estamos en una distopía laboral?

Las pulseras no son la única forma de vigilancia tecnológica que se está usando. Camareras de piso en hoteles llevan dispositivos que vibran si el algoritmo considera que tardan demasiado en limpiar una habitación. Mozos de almacén usan botas con chips que registran pasos y periodos de inactividad.

En oficinas, cuando el ordenador está parado, aparece una ventana preguntando el motivo del parón, y en despachos jurídicos, el algoritmo puede decidir cuánto tiempo debería dedicarse a redactar un informe.

Estas herramientas representan el uso de la inteligencia artificial como gestor o incluso como jefe de recursos humanos, con el objetivo declarado de mejorar la productividad.

Según Adrián Todolí, profesor de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en la Universidad de Valencia, "las formas de gestión de plataformas como Uber o Glovo se están expandiendo a toda la empresa", trasladando métodos de control extremo a otros sectores.

El argumento detrás del uso de algoritmos es la supuesta objetividad y equidad: decisiones "salomónicas" basadas en datos. Pero, como advierten los expertos, los algoritmos también reproducen los sesgos humanos: los del programador, la cultura de la empresa o el entorno laboral.

Esto se nota, por ejemplo, en la selección de currículums: estudios muestran que favorecen a hombres frente a mujeres, incluso cuando no aparece el sexo en el CV, y que la IA puede deducirlo a partir de palabras clave. Además, en algunas plataformas, los algoritmos envían ofertas de trabajo a ciertos perfiles por estereotipos existentes, reforzando desigualdades.

¿Existe legislación para protegerse del control algorítmico? Sí. El Estatuto de los Trabajadores obliga a las empresas a informar a los representantes de los empleados sobre cómo funcionan estos sistemas, incluyendo cómo se asignan tareas, sanciones, despidos o premios. Los tribunales han fallado a favor de los trabajadores, aunque algunas empresas no cumplen: la Generalitat de Cataluña multó a Amazon por no compartir su algoritmo.

Además, las leyes de protección de datos también aplican, pero expertos como Antonio Aloisi, doctor en Derecho empresarial y social por la Universidad Bocconi de Milán, creen que "podría ser necesario legislar específicamente en materia laboral". Aloisi señala que existe un conflicto entre el interés de las empresas por la productividad y el derecho de los trabajadores a su privacidad digital, lo que retrasa la regulación.

La ley contempla que debe haber una supervisión humana final, pero no siempre funciona como se espera. Adrián Todolí recuerda un caso en Galicia: un algoritmo concedió un ascenso a un trabajador, pero la revisión humana lo denegó intencionadamente porque el empleado era sindicalista. El trabajador demandó y ganó la IA, que evaluó correctamente la situación.

Entre pulseras que vibran, botas que cuentan pasos y algoritmos que deciden ascensos, la vigilancia digital de los trabajadores ya no es una teoría: es una realidad que plantea dilemas éticos, legales y laborales sobre cómo trabajamos y cómo protegemos nuestros derechos frente a la tecnología.

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