El futuro de la Iglesia
Los ojos del cónclave: los frescos de la Capilla Sixtina que guían la elección del papa
Los detalles Desde la Creación de Adán hasta los condenados del Juicio Final, los frescos de Miguel Ángel y Perugino envuelven el cónclave en una atmósfera que recuerda a cada cardenal el peso eterno de su voto.

Enclaustrados en la Capilla Sixtina, los cardenales del mundo entero se enfrentan al momento más transcendental de sus vidas: elegir al nuevo papa. Lo hacen en silencio, bajo la mirada del Juicio Final pintado por Miguel Ángel. No hay discursos, ni móviles, ni cámaras. Solo arte, historia y una atmósfera que impone reverencia.
Frente a ellos, la pared del altar estalla en color y drama. Cristo, en el centro del fresco, juzga a vivos y muertos. A su derecha, los salvos ascienden. A su izquierda, los condenados caen. No hay escapatoria. Para los cardenales, esta escena no es solo un adorno: es una llamada a la verdad. Un recordatorio de que su voto debe trascender las estrategias, los bloques y la política. Allí, encerrados hasta alcanzar un acuerdo, buscan descifrar —dicen— la voluntad de Dios.
Pero la Capilla Sixtina no solo impone por el Juicio Final. Sus 40 metros de largo, 13 de ancho y 20 de alto están cubiertos por símbolos y mensajes. En la bóveda, Miguel Ángel pintó nueve escenas del Génesis. En el centro, la más icónica: la Creación de Adán, ese instante congelado en el que la chispa divina se transmite con un roce de dedos.
Hay incluso quien busca pistas más terrenales. Una vieja superstición vaticana asegura que quien se sienta bajo el fresco en el que Cristo entrega las llaves a Pedro —pintado por Perugino— tiene más opciones de ser elegido. Tres cardenales en la historia ocuparon ese asiento... Y salieron papas.
Uno de ellos fue Julio II, el mismo que encargó a Miguel Ángel la bóveda. El artista, impaciente y perfeccionista, se desesperaba con las visitas del pontífice, que se subía a los andamios para seguir el progreso. Miguel Ángel se retrató a sí mismo años después en el Juicio Final, en la piel despellejada que San Bartolomé sostiene como una ofrenda.
El tiempo también ha dejado huella en este templo del arte. En 1797, una explosión cerca del Vaticano dañó la escena del Diluvio Universal. Más de dos siglos después, el papa Juan Pablo II mostraba en 1999 los resultados de una restauración de 20 años y 18 millones de euros, financiada por una cadena japonesa a cambio de los derechos de imagen.
Hoy, la Capilla Sixtina vuelve a convertirse en el centro del mundo católico. No solo es el lugar más famoso del Vaticano, sino el más simbólico. Un espacio en el que, según muchos cardenales, "la presencia de Dios se hace más viva". Un lugar que convierte el cónclave en un retiro espiritual… y que recuerda que, en última instancia, todo se decide en el silencio.