Mary Mallon, más conocida como Mary la tifoidea, nació en Irlanda en 1869 y emigró a EE.UU., donde trabajó como cocinera de familias adineradas en Nueva York. A pesar de no presentar síntomas, Mary contagió a más de medio centenar de personas, y al menos tres fallecieron, como recoge la revista American Journal of Public Health en 1939.

El cuerpo de Mary era portador de la bacteria Salmonella typhi, la que provoca la fiebre tifoidea, pero ni ella ni nadie lo sabía porque era asintomática. Todos los organismos infectados por un virus o una bacteria contagian a otras personas un promedio determinado de veces, sin embargo ella contagió a decenas.

El virus SARS-CoV2, que provoca la enfermedad de Covid-19, tiene una tasa de transmisión de 2-3 personas. Es decir, cada persona infectada, contagia a otras dos o tres personas de promedio, según el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias. El caso de Mary es histórico, porque fue la primera supercontagiadora de la historia, pero no la única.

La existencia de los superspreader

Existen personas, como Mary, que pueden generar más casos secundarios, son los supercontagiadores, lo que en inglés se conoce como superspreader. "Pueden generar 18 casos secundarios o más", explica a laSexta Joan Caylà, el que fuera jefe del Servicio de Epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona durante años.

Caylà, que ha vivido prácticamente todas las epidemias mediáticas que recordamos (el SARS, las vacas locas, la gripe aviar, el Zika, el ébola) nos asegura que los hipertransmisores, como les denominan en infectología, "prácticamente no existen a día de hoy si todo el mundo sigue el confinamiento".

Además, para asegurar que una persona es una superspreader, es necesario llevar a cabo "un estudio científico epidemiológico muy riguroso de esa persona y todos sus contactos para ver que realmente ha sido el origen de todas las infecciones que se le atribuyen", advierte en una entrevista telefónica a laSexta Carlota Dobaño, jefa del Grupo de Inmunología de la Malaria del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación 'la Caixa'.

"Es necesario un estudio científico y epidemiológico muy riguroso de la persona y sus contactos"

Y para llegar a conclusiones científicas hace falta tiempo. Ambos expertos insisten en que Covid-19 es una enfermedad muy reciente y que todavía está casi todo por revalidar. Así que los casos que conocemos a través de los medios de comunicación sobre supercontagiadores, como Mattia en Italia, la 'paciente 31' en Corea o Steve Walsh en Reino Unido, pueden serlo, pero puede que no.

Lo que está claro es que si se detecta alguna persona hipertransmisora, se debe controlar cuanto antes. "Si, por ejemplo, alguien llegase a contagiar a 100 personas, sería un desastre porque esas 100 personas contagiarían a otras y así", explica Caylà, que insiste en que llevando a cabo las medidas de confinamiento, esta situación no es posible.

En epidemias anteriores como el SARS o el MERS se pudo demostrar que algunos individuos habían sido la fuente de contagio de más personas que la media. Caylà recuerda que en el SARS de 2003 la figura del supercontagiador cobró especial relevancia en la expansión de aquel coronavirus: "Se vio que una persona llegaba a contagiar hasta a 23 personas".

¿Eres un supercontagiador de Covid-19?

No es tan fácil saber si una persona es o no hipertransmisora, aunque existen factores que influyen y "es su combinación la que puede hacer que individuos determinados, en situaciones concretas, infecten a más gente que la media", dice Dobaño.

Lo primero que hay que tener en cuenta es el contexto social. Ser descuidados con nuestra salud, tener síntomas y mantener una intensa vida social o el hacinamiento en determinados lugares influyen para que el virus viaje de forma más rápida en la sociedad.

En estos momentos, gracias a las medidas de confinamiento tomadas por el Gobierno, es muy difícil que esto se produzca, asegura el epidemiólogo. Por eso, para frenar y terminar con la Covid-19 es importante "seguir las cuarentenas y confinamientos estrictamente", recuerda.

Un individuo es más propenso a diseminar el patógeno cuando es asintomático. "Su sistema inmunitario tolera la enfermedad, controla los síntomas y la persona se relaciona sin ser consciente de que tiene el virus", explica Dobaño.

Pero también una persona puede infectar a más porque los contactos con los que se relaciona son inmunodeprimidos o tienen factores de riesgo. La investigadora utiliza el símil de una contienda para entenderlo mejor: "Es como una guerra entre tú y el virus, si tus armas son cada vez más débiles, el virus puede crecer mejor".

Lo que nos lleva a otro de los factores a tener en cuenta para ser considerado hipertransmisor de una enfermedad: la cantidad viral en el organismo de la persona y la fortaleza del virus, su capacidad para sobrevivir y reproducirse.

Hay personas que, por diferentes motivos, tienen una carga viral superior y eso sumado a "la capacidad de transmitir más virus parece hacer que tengas más capacidad de expulsarlos", expone la investigadora.

El personal sanitario, por ejemplo, suele estar expuesto a una mayor cantidad de virus y durante más tiempo. "El hecho de tener más carga viral está asociado a que tú puedas expulsar más virus", expone la investigadora.

Precisamente a principios de esta semana, Dobaño y su equipo han comenzado una investigación para "caracterizar la inmunidad natural frente al Covid-19" con sanitarios en el Hospital Clínic de Barcelona. Un estudio "fundamental" para desarrollar las futuras vacunas: "Vamos a entender primero la inmunidad natural y cuánto dura para desarrollar mejor las vacunas".

Ilustración que publicó The New York American en 1909 sobre Mary Mallon

Mary Mallon: una cuarentena eterna

A día de hoy, está corroborado científicamente que una persona asintomática puede contagiar a otras, de hecho tanto en el SARS como ahora, es un hecho relevante para explicar la pandemia. Sin embargo, a principios del siglo XX, la idea de que alguien pudiera ser portador saludable era demasiado novedosa.

En el momento de su detección en 1907, Mary había causado siete brotes de fiebre tifoidea, 26 casos en 7 años. Durante tres años, estuvo confinada en su cabaña de North Brother Island en el East River, pero prometió no trabajar nunca más como cocinera y fue liberada.

Al carecer de síntomas, Mary siempre dudó que pudiera ser transmisora de la enfermedad. "Yo no he cometido ningún crimen, soy inocente", dijo ella misma en una entrevista para la revista Life, referenciado en La antropología de las enfermedades infecciosas (Singer, 2015). Tal vez porque no recibió la información adecuada sobre lo que sucedía o porque nunca la comprendió.

Pocos años después de su primera detención, Mary volvió a ser acusada de provocar un nuevo brote de fiebre tifoidea en el hospital para el que trabajaba con un nombre falso. Hasta su muerte en 1938, Mary pasó 23 años sola y confinada.