Se abre el telón. Es febrero de 2021. Aparecen niños y niñas en una escuela infantil. Practican el juego simbólico, una actividad en la que imitan roles de la vida real. Uno de ellos encuentra una ramita en el patio. Se cierra el telón. ¿A qué quiere jugar el niño?

A practicarle una PCR a un compañero.

No es ficción. Menos mal que las educadoras evitan a tiempo el accidente. Y quedan estupefactas ante un ejemplo más de cómo los más pequeños absorben todo lo que sucede a su alrededor. Y de que, afortunadamente, su adaptación a lo peor de la pandemia está siendo admirable.

Así lo cuenta Ana Díaz, directora de la escuela infantil Zaleo, en Madrid, en la que sucedió esta divertida escena: "Es sorprendente cómo han normalizado la situación, tienen una capacidad de adaptación mucho mayor que los adultos".

Para los mayores, en cambio, el impacto ha sido bestial. Para mal. Desde su piso, en el madrileño distrito de Tetuán, Marian recuerda cuando jugaba a las cartas con su madre, de 96 años, antes de la pandemia. Ella y su hermana iban a verla a diario a la residencia en la que vive, cercana a su casa. Leían revistas juntas, pintaban... Tras meses de aislamiento, el bajón ha sido notable: "Ahora hay días que ni nos conoce, habla poco y no sabe que tiene nietos ni bisnietos. Ha perdido un 70% de habilidades".

A pesar de las restricciones, los grupos burbuja y las mascarillas, los más pequeños siguen recibiendo sus dosis de afecto en casa y se mezclan con sus compañeros de clase. Pero la madre de Marian solo recibe visitas una vez a la semana, media hora y a dos metros de distancia. Nada de tocarse: "Sorda y con las mascarillas, ni se enterará de nada... Se les ve muy deteriorados a todos", acusa su hija.

A estas alturas, decir que la pandemia ha trastocado nuestras vidas ya se ha quedado viejo. La cuestión, un año después de todo este desastre, es identificar quién está saliendo peor parado: ¿hemos protegido a todos por igual? ¿Qué generación ha perdido más en esta crisis?

Si hablamos de la vida: los mayores

Especialistas de diferentes ámbitos coinciden en que depende del ámbito que analicemos. Pero si hablamos de la vida, de la presente, está claro: "Nos está afectando a todos de distinta manera: salud, economía, sociabilidad… Pero no cabe duda de que el primer grupo son las personas mayores". Alberto del Campo, antropólogo social, lamenta que esta crisis no ha hecho más que poner de relevancia la "desvalorización de los ancianos" que ya arrastrábamos de antes: "La pandemia nos ha enseñado que las residencias eran lugares donde se gestionaba el ocaso y la muerte de los ancianos; no solo que no estuvieran dotadas y que no hubiera protocolos, sino que cuando ha habido escasez, se ha sacrificado a los mayores".

Un año ymás de 70.000 vidas perdidas después, todavía nos encontramos bajo el shock que ha provocado la fuerte letalidad de este coronavirus. Los mayores son los que más la han padecido: desde que conocimos la primera muerte por covid-19, el exceso de mortalidad en los mayores de 65 años ha sido de un 24%, mucho mayor que en el resto de franjas de edad, como vemos en el siguiente gráfico.

Pero no solo en cuanto a la mortalidad: el aislamiento al que han estado sometidos para proteger su vida ha conllevado un deterioro en su salud. Lo acusaba Marian sobre su madre y el resto de residentes que conoce, y así lo confirman los especialistas en geriatría: deterioro cognitivo, insomnio, miedo, soledad e incluso problemas cardiovasculares por el sedentarismo, son los principales efectos que ha tenido la pandemia en los mayores, como recoge en un artículo la investigadora Sacramento Pinzado-Hernando, de la Universidad de Valencia.

Y no es de extrañar, sobre todo en el caso de las residencias, pues en el confinamiento duro estuvieron encerrados en sus habitaciones, sin verse ni con sus compañeros, sin hacer actividades y sin contacto físico más que el de las cuidadoras, detalla Marian sobre el centro en el que reside su madre, que ha pedido que no identifiquemos.

Dos hermanas que viven en la misma residencia se reencuentran tras meses de aislamiento, en Bizkaia

¿Y la vida futura, qué? La crisis económica lastra a los más jóvenes

Fuera de la salud, la crisis económica derivada de la sanitaria vuelve a recaer sobre los más jóvenes. La pandemia ha paralizado la economía y esto hace que muchos jóvenes estén retrasando a la fuerza su incorporación al trabajo. El desempleo se ceba especialmente con el grupo de edad de 16 a 20 años, como se dibuja en esta gráfica: es la franja en la que más ha aumentado la tasa de paro con respecto al año anterior, seguida de la de 20 a 24.

Al igual que la juventud entrada en la treintena, que arrastra la precariedad heredada de la crisis de 2008, la más temprana acarreará consecuencias durante años: "A mayor expectativa social las consecuencias son acumulativas", anota David Muñoz, sociólogo de la Universidad de Valencia.

Como profesor universitario, percibe entre sus alumnos un mayor desánimo por la falta de vida social, sobre todo en los últimos meses, en los que las restricciones impuestas por la Comunidad Valenciana han reducido al mínimo los encuentros entre no convivientes.

Pero además, augura que pronto se toparán con la realidad económica: "Se van a encontrar con un mercado de trabajo devastado, les va a repercutir en la emancipación". Y no sería de extrañar, apunta, que a largo plazo también tuviera consecuencias en la salud de esta generación, la mental sobre todo, debido a ese efecto "acumulativo" mencionado antes.

Los efectos sobre la emancipación ya están presentes. En 2019, un 48% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años pensaba emanciparse; ya en 2020 solo un 32,8% se lo planteaba, según unestudio del Instituto de la Juventud (INJUVE) presentado este miércoles.

El 76% de los padres asegura que sus hijos e hijas adolescentes están más irritables

El antropólogo Del Campo también considera que esta crisis se dilatará en el tiempo para ellos, y pide a los gobernantes que hagan planes a largo plazo para intentar remediar su impacto: "¿Qué va a ocurrir con esos jóvenes? ¿Vamos a volver a exportar mano de obra?", se pregunta.

Además de golpeados laboralmente, según explica el profesor Muñoz, se sienten señalados como los "irresponsables" de esta epidemia. La fatiga pandémica ya hace mella y las imágenes de los últimos fines de semana, en las que vemos fiesta tras fiesta desmantelada por la Policía, visibiliza más sus peores conductas, como si fueran ellos los únicos que se saltan las normas: "Es más fácil construir el relato de que los jóvenes no perciben el riesgo", apunta el sociólogo, que teme que este señalamiento no acabe produciendo una fractura generacional a largo plazo.

Por su parte, los adolescentes han sustituido su falta de relación social por las tecnologías: clases online, aumento de consumo de móvil y tabletas… Para el antropólogo del Campo, si esta situación se alarga en el tiempo socialmente puede derivar en una generación menos empática: "Es posible que aquellos niños y jóvenes que están relacionándose muy poco y en burbuja tengan menos capacidad empática y sean menos solidarios".

Jóvenes en una calle

Por el momento, lo que están es acusando una mayor irritabilidad. La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dedicada a la salud mental de los españoles durante la pandemia, ha preguntado a los padres de chicos y chicas menores de 18 años que han notado cambios de humor: el 76% asegura que sus hijos e hijas están más irritables, el 60% se queja por cualquier cosa y otro 60% se muestra más nervioso y con ansiedad. Además, un 24% estima que han disminuido el rendimiento escolar.

Millennials, el relleno en un sándwich de crisis

Los milenials -aparte de ser a menudo objeto de bromas- son esa generación (nacida entre 1981 y 1996) que ya palpó en su juventud temprana los efectos de la crisis de 2008 y que ahora se ve de nuevo golpeada por los ERTE y el paro.

No todos, claro, pero los que lo sufren sienten ya el cansancio de no ver nunca la estabilidad: "Se produce un alargamiento de la juventud, se encuentran atrapados entre varias crisis", apunta el profesor Muñoz.

Con esta edad, añade, alguno ya se empieza a preocupar por su historial de cotizaciones: "La pérdida de empleo puede ser dramática porque ya estás en una edad en las que el pacto generacional se rompió" y, habiendo hecho los deberes, esperaban tener situaciones mejores a estas alturas.

Se produce un alargamiento de la juventud en los jóvenes, se encuentran atrapados entre varias crisis"

David Muñoz, sociólogo

José Alberto (35) y Sheila (33), se enmarcan en ese idílico paisaje. Ya en la anterior crisis conocieron la pérdida de empleo, que les obligó a cambiar de planes, mudarse de ciudad y volver a su Getafe natal. Hoy saludan de nuevo al paro: con un hijo y una hipoteca en común, la llegada del covid paralizó su vida laboral cuando estaban a punto de conseguir un trabajo: "Estaba en tres procesos de selección que se paralizaron" explica José Alberto. Desde entonces, salvo un breve contrato de dos meses cada uno, no han conseguido trabajo.

Sheila, que tiene estudios superiores, ha postulado a todo tipo de ofertas: tiendas, supermercados, puestos administrativos… Incluso aprovechó el tirón de la necesidad de empleo sanitario para aprobar una oposición a celadora, que le ha valido solo para un breve contrato temporal. Hasta se presentó voluntaria para trabajar en el Zendal (el nuevo hospital de pandemias de la Comunidad de Madrid). Sin resultado.

Ambos tienen prestación por desempleo para varios meses, pero les preocupa el mercado laboral que les espera después: "Solo me encuentro contratos de 6 horas a la semana o de 20 como mucho".

Con resignación, admiten que esta crisis ha paralizado uno de sus planes de vida: tener un segundo hijo. Lo único bueno es que tanto tiempo en casa les ha permitido pasar más tiempo junto a su pequeño de cuatro años. La retahíla de manualidades y recetas de cocina que han elaborado daría para un libro: "Te hace olvidarte de todo por unas horas".

Pasar más tiempo con sus hijos, la vía de escape para muchos padres en esta crisis

Esa ventaja, la de pasar más tiempo con los pequeños, y el teletrabajo, es el beneficio que admiten multitud de padres y madres acerca de la pandemia. Es lo que ha compensado el estrés laboral, el agotamiento por la convivencia y los problemas de conciliación, que han puesto a prueba a muchas parejas, según apuntan los expertos consultados.

El impacto económico es indudable: un estudio elaborado por la agencia 40db ha situado a los milenials como la generación que más ingresos ha perdido desde la llegada del coronavirus. Uno de cada cinco, además, apuntan a que esa pérdida será definitiva.

En el límite entre lo milenial y lo 'zoomer' (1997-2010) se encuentra Adrián Ocaña, un joven actor sevillano de 25 años que también ha visto interrumpida su carrera laboral, difícil ya de antes por el fuerte desempleo que protagoniza su profesión. Con el sector prácticamente paralizado, ha tenido que buscar trabajo de todo tipo para salir adelante y conseguir siquiera pagar el elevado alquiler que impone la vida en Madrid.

Incluso él, que ha mantenido el ánimo fuerte en todo esta situación, se muestra preocupado por el futuro y cree que su generación es la que peor parada está saliendo de la situación: "Estamos viviendo otra crisis enorme por segunda vez". Además, muestra una fuerte desafección con la política: "No estamos dentro de las prioridades por parte de los gobiernos".

Se adaptan, pero los pequeños también sufren

Después de un año de pandemia ya sabemos que los niños y niñas transmiten y se contagian menos. Quizá, gracias a que el virus pasa más de largo por ellos, se ha podido mantener un poco más la normalidad en su vida durante el curso 2020/2021.

Pero también se han revelado efectos negativos: uninforme de UNICEF indica que uno de cada cinco niños de la UE asegura estar creciendo infeliz y con ansiedad por el futuro. También acusan ansiedad ante los problemas económicos de sus familias, la pérdida de familiares, tienen miedo por quedarse atrás en los estudios y reconocen estar pasando demasiado tiempo en las redes sociales.

Niños y niñas de la escuela Zaleo, en Vallecas (Madrid)

En los más pequeños, la etapa de 0 a 6 años, las burbujas y las restricciones han tenido pequeños efectos en su desarrollo. Como decía Ana, educadora en la escuela infantil Zaleo de Madrid, su capacidad de adaptación es asombrosa. En los más bebés sí han notado que el uso de la mascarilla por parte de los docentes está retrasando en algunos su iniciación en el habla. También y debido a que se relacionan con menos personas, manifiestan una mayor respuesta de angustia ante extraños.

No obstante, la educadora considera que estos aspectos se corregirán en el futuro, y que lo importante es garantizar que los niños sientan que están cuidados y protegidos: "La mascarilla y la burbuja se convierten en algo secundario cuando sus necesidades de afecto y atención están cubiertas". Lo que nunca podría funcionar, afirma, es que tuvieran un rechazo, distanciamiento o miedo al contacto de los adultos. En este mundo actual sin abrazos, al menos los más peques sí siguen teniendo contacto físico con sus compañeros de burbuja y educadores.

La salud mental, tocada a partes iguales

La pandemia ha zarandeado nuestra salud mental, y todas las generaciones manifiestan alguna afectación. En todas, apunta la psicóloga Vanessa Fernández, aparece la ansiedad, el enfado por no poder hacer nuestra vida, así como el miedo y la soledad. La misma encuesta del CIS que citábamos antes lo corrobora:el 35,1% de los españoles ha llorado por la pandemia y un 23,4% ha sentido "mucho miedo" de morir por la enfermedad del coronavirus.

Pero según la edad se manifiestan más unos efectos que otros: "En los mayores, lo que más abunda es el miedo y la soledad", en los más pequeños y adolescentes, anota esta doctora en Psicología, suele aparecer la ira y la irritabilidad; en los adultos jóvenes tenemos la frustración y la desmotivación por el futuro, y el adulto de mediana edad que tiene que mantener a sus hijos sufre "una dosis de estrés altísima".

Es difícil pensar que esto no nos dejará tocados. Es inevitable no repetirse las preguntas que llevamos un año haciéndonos.

¿Qué pasará cuando todo pase? "Igual no nos mejora como personas", pero es probable, apunta David Muñoz, que la próxima generación incorpore hábitos como el deporte, o como valorar más estar en el césped con los colegas "y no en un garito".

¿Podremos recuperar el tiempo perdido? Puede que nos volvamos locos al principio, se desate el consumo y la liberación sexual, lo que el antropólogo Del Campo identifica como un "comportamiento de péndulo" típico de después de una crisis. Un breve 'remake' de los locos años 20, vaya.

Tras la primera fiesta, parece que lo vendrá será la pauta 'slow': ahora también valoramos más pasar tiempo con nuestros seres queridos, vivir en una casa más grande aunque esté lejos del centro y tener un compañero o compañera de vida.

Ah, y los abrazos. Cuando se pueda, nos debemos muchos. Sobre todo a los mayores.