Es aún demasiado pronto para saber hacia dónde girará el mundo en el futuro a medio plazo, tras el coronavirus. De hecho, estamos aún en plena crisis sanitaria y sin una referencia temporal a la que agarrarse para imaginar el final de la pandemia. A día de hoy, ni existe un tratamiento eficaz ni tampoco una vacuna contra la COVID-19...

Sin embargo, se ha avanzado mucho en la prevención y en el conocimiento de esta nueva enfermedad, de la que, si algo sabemos, es que es sumamente contagiosa. De ahí que hayamos ido incorporando progresivamente (o no tanto) a nuestras vidas elementos como las mascarillas y hábitos como una higiene especialmente minuciosa o el distanciamiento interpersonal.

Unas medidas que han tenido un notable impacto en la forma en la que nos desplazamos colectivamente, sobre todo en las ciudades, como es lógico. Hemos variado la forma en la que nos movemos y hemos visto cómo en esta batalla por la supervivencia está habiendo vencedores y vencidos. La guerra aún no ha terminado y es difícil afirmar con rotundidad cómo quedarán las cosas. Pero ya asoman una serie de tendencias que podrían haber llegado para quedarse.

Pérdida de confianza en el transporte público

Procesos que estaban aún en fase de implantación han experimentado un decidido impulso, como el uso de la bici compartida, la peatonalización del centro de las ciudades o la implantación de límites de velocidad aún más bajos para los automóviles.

En el otro lado de la moneda, en un contexto donde se nos pide huir de los espacios cerrados masificados, el transporte público colectivo (autobús y metro, sobre todo), ha dado un ostensible paso atrás a favor del vehículo particular.

Precisamente esa tendencia es una de las que se quiere revertir por parte de las administraciones, por lo que se trabaja decididamente en el refuerzo de carriles específicos de circulación, en el aumento de frecuencias disponibles y en ambiciosas medidas de limpieza y desinfección que hagan que se retorne la maltrecha confianza de los usuarios.

En esa línea, estimular la colaboración de las empresas privadas es una de las tareas a las que se enfrentan los gobiernos. Porque en estos meses está quedando claro que medidas como la creciente implantación del teletrabajo, la flexibilidad horaria o tecnologías como la videoconferencia son claves para aliviar la presión sobre el transporte colectivo y de las carreteras en las horas punta. Un mayor escalonamiento de los desplazamientos le haría mucho bien a ese sector y ayudaría a disuadir de nuevo el recurso al vehículo particular.

La bicicleta, la gran protagonista

Otro notable aumento ha sido el de acudir al trabajo en bicicleta. Fueron los trabajadores de los servicios esenciales primero, durante el confinamiento, y después el resto de la masa laboral quienes han transformado sus hábitos de desplazamientos cortos sustituyendo el transporte público por la bicicleta. La necesidad del distanciamiento y la ausencia de coches hizo que en muchas ciudades se ganaran aceras a los carriles de circulación, lo que benefició también al peatón.

Seguramente el aumento del uso de la bicicleta permanecerá cuando se termine la pandemia, aunque seguramente no en la medida en la que se ha venido registrando. Mucho dependerá del trabajo de la administración a la hora de potenciar la multimodalidad, con la implantación de más puntos de bicicletas compartidas en estaciones de tren o poniéndoles más fácil a los ciclistas desplazarse en transporte público junto a su propia bicicleta.

Si de disminuir el caudal de tráfico de vehículos se trata, y en eso la bicicleta puede ayudar mucho, el reto es mejorar las infraestructuras, con la creación de más y mejores carriles bici. Los beneficios de este tipo de transporte, además, redundan en la salud de sus usuarios, porque son más seguras (no provocan víctimas mortales por atropello), menos contaminantes, facilitan el distanciamiento social y contribuyen a esa recomendable cuota de ejercicio físico diario que tanto recomiendan las autoridades sanitarias.

Eso sí, potenciar la presencia de ciclistas, peatones o usuarios de patinetes eléctricos implica protegerlos cada vez más, porque su vulnerabilidad frente a los coches es evidente. De ahí que cada vez se limite más la velocidad máxima permitida a los coches en el casco urbano de las ciudades.

Ciudades más tranquilas y tecnologías más limpias

La ciudadanía se ha percatado al regresar del confinamiento y vivir la nueva normalidad de que le gustan más las ciudades más libres de contaminación acústica y ambiental y más limpias. Así que lo normal es que ahora demande que esa situación permanezca. Además, existen diferentes estudios por parte de la comunidad científica que apuntan a una clara correlación entre contaminación e incidencia de la COVID-19

Lo que beneficiará, sin duda, a las tecnologías más limpias y al refuerzo de zonas de bajas emisiones. Así, los coches con distintivos ambientales Eco y Cero Emisiones de la DGT deberían consolidarse más, también gracias a las ayudas a su compra por parte de la administración.

Los coches cien por cien eléctricos son los que nutren las flotas de las empresas de carsharing, también fuertemente golpeadas por la pandemia. Mucha menos gente se aventura a utilizar un vehículo que no sabe quién ha utilizado antes y cómo se ha desinfectado… Muchas de esas empresas, por tanto, están sufriendo especialmente la crisis económica provocada por la crisis sanitaria y seguramente habrá una selección natural, de la que sobrevivirán las más fuertes y las impulsadas directamente por los fabricantes de automóviles más solventes.