¿Qué hubiera pasado si Albert Einstein hubiera nacido mujer? Seguramente a día de hoy no sabríamos nada de una de las mentes más brillantes que han existido. Pues este caso lo han sufrido muchas científicas a lo largo de la historia, mujeres que han estado a la sombra de sus maridos o compañeros. Es lo que se conoce como “Efecto Matilda”: la discriminación de la mujer en la ciencia, negando sus aportaciones y obras a este campo.

Poco a poco se están haciendo esfuerzos por visibilizar el papel de la mujer en el terreno científico. Desde el año 2016, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha declarado el 11 de febrero como el Día Internacional de las Mujeres y la niña en la Ciencia para “derribar estereotipos, desafiar los sesgos de género y erradicar la discriminación que obstaculiza el acceso de las mujeres y las niñas a las STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas)”.

Sin embargo, la brecha de género en la ciencia y otras disciplinas sigue estando muy presente. El porcentaje de mujeres en carreras de ciencia es muy inferior si lo comparamos con el número de hombres, siendo únicamente el 28,5%, según el Ministerio de Educación, en 2019. Además, tan solo en un 7,5% de los libros de texto de la ESO aparecen mujeres, según un estudio de Ana López Navajas, profesora de Lengua y Literatura de la Universitat de València.

Por ello, sigue siendo necesario reivindicar referentes femeninos para que las niñas no crezcan pensando que son menos capaces en ciencia que los niños de su edad. En este artículo te contamos la historia de algunas de las muchas “Matildas” que ha habido a lo largo de la historia.

Marie Curie, la primera mujer en ganar un Premio Nobel

En los Premios Nobel el porcentaje de mujeres es insignificante y triste: sólo el 3% de los premios de Física, Química, Fisiología o Medicina han sido para una mujer. Esto supone que únicamente 23 galardones fueron entregados a una científica.

Aunque su nombre te suene, debemos empezar hablando de la primera en conseguirlo, y por partida doble: Marie Curie. Ella logró el Premio Nobel de Física en 1903 y el de Química en 1911, pero pese a eso tuvo que soportar la discriminación constante por su género. Para muchos, seguía siendo mujer antes que científica y fue cuestionada por su vida privada. Tras morir su marido Pierre Curie, y antes de obtener el segundo Premio Nobel, Curie tuvo un affaire con el físico francés Paul Langevin, que en ese momento estaba casado.

Esto causó numerosas críticas y muchos científicos rechazaron la idea de que la investigadora polaca volviese a recibir el galardón. “El premio me lo dieron por el descubrimiento del radio y el polonio. Por lo que, no puedo aceptar que la apreciación del mérito de un trabajo científico pueda verse influenciado por las difamaciones y calumnias en relación a mi vida privada”, escribió Curie tras el revuelo.

Rosalind Franklin y el hallazgo de la estructura del ADN

Rosalind Franklin nació el 25 de julio de 1920 en Londres, en el seno de una familia judía dedicada a la banca. Desde bien joven, Franklin sabía cuál era su pasión en la vida: la ciencia. Pese a no contar con el apoyo de su padre ni de una sociedad machista, se graduó en biofísica por la Universidad de Cambridge a los 21 años. Poco después, se mudó a París al Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado, donde aprendió la técnica de difracción de Rayos X que más tarde aplicaría al ADN.

En el laboratorio, Maurice Wilkins fue su compañero de trabajo, aunque no se llevaban especialmente bien por el constante menosprecio que sufría Franklin por su parte. Fue Wilkins quien, en un seminario y sin consentimiento, enseñó el trabajo de la joven física a sus amigos Watson y Crick. Entre las imágenes mostradas se encontraba la conocida número 51, donde se apreciaba por primera vez la estructura de doble hélice del ADN, como explica la BBC.

Gracias a estos datos, Watson y Crick publicaron su hipótesis en la revista Nature, antes de que Franklin pudiera hacerlo. “Hemos sido estimulados por el conocimiento de la naturaleza general de resultados experimentales no publicados y las ideas de Wilkins, Franklin y sus colaboradores”, explicaron. Esas dos frases donde mencionaba su nombre, como quien pasa de puntillas, sin hacer ruido, fue el único reconocimiento que tuvo Rosalind Franklin. Murió de cáncer en Londres a los 37 años. Sus compañeros Watson, Crick y Wilkin recibieron el Premio Nobel por los descubrimientos en la estructura del ADN cuatro años después. Ninguno de ellos mencionó a la física en su discurso.

Mileva Maric, la mujer tras el éxito de Einstein

Seguramente, si preguntamos por algún científico a todos se nos viene a la mente el mismo nombre: Albert Einstein. Einstein es considerado el mejor físico del siglo XX, pero ¿cuánto tiene que agradecer a su primera esposa?

Mileva Maric, de origen serbio nacida en 1875, conoció a Albert Einstein en 1896 cuando ambos estudiaban en el Instituto Politécnico de Zurich. Rápidamente se volvieron inseparables y, como detallan las cartas que se enviaban durante las vacaciones, Maric le ayudaba a canalizar su energía y le guiaba en sus estudios. “Echo de menos tenerte cerca para que me mantengas en control y evites que me divague”, escribía el físico en 1899. Ella era metódica y organizada y ambos tenían calificaciones similares, incluso Maric superó a Einstein en algunas ramas.

Empezaron a trabajar conjuntamente, como probaban muchas de las cartas. “Espero con ansias reanudar nuestro trabajo común”, escribía en septiembre de 1900 Albert a Mileva. Sin embargo, ese mismo año presentaron un primer artículo sobre la capilaridad, propiedad de los fluidos respecto a la tensión superficial, firmado únicamente con el nombre de Albert Einstein. La idea de firmar con su nombre fue tomada conjuntamente, según opinan algunos expertos, ya que Maric quería ayudar a Albert a hacerse un nombre para encontrar trabajo y casarse con ella. Sin embargo, otros sostienen que es por el prejuicio que podría haber acarreado una publicación co-firmada con una mujer.

“Cuán feliz y orgulloso estaré cuando los dos juntos llevemos nuestro trabajo sobre el movimiento relativo a una victoriosa conclusión”, le dedicaba Albert Einstein a su amada en una de sus muchas cartas, como explica Rosa Montero en El País. Ambos trabajaron conjuntamente hasta 1914, cinco años antes de su divorcio, y Mileva Maric participó directamente en la mayoría de sus investigaciones. Sin ella, que abandonó sus aspiraciones para contribuir al éxito de su marido, Albert Einstein no hubiese conseguido ser uno de los físicos más influyentes de la historia.

Lise Meitner, la madre de la fisión nuclear que trabajaba desde un sótano

Lise Meitner es una de esas mujeres extraordinarias que han sido silenciadas. Nacida en 1878 en el seno de una familia judía, fue una de las primeras mujeres en asistir a la Universidad de Viena. En 1906 obtuvo su título de doctora y se trasladó a Berlín para continuar sus investigaciones en el laboratorio de Max Planck, como señala el blog de la UPV y EHU Mujeres con ciencia. Allí conoció a Otto Hahn, su compañero de trabajo. Su talento podía reconocerse a kilómetros, pero el machismo de la época obligó a Meitner a esconderse: le obligaban a trabajar desde un sótano.

En 1913, consiguió su primer sueldo al convertirse en la primera mujer ayudante de científico, eso sí, su remuneración era mucho más baja que la de su compañero Hahn. Años más tarde, en 1938, tuvo que huir a Suecia debido al régimen nazi, donde continuó sus estudios de radioactividad a distancia con Hahn. En 1942 se le ofreció trabajar en el ‘Proyecto Manhattan’, un grupo de investigación internacional para crear una bomba atómica que acabase con el régimen nazi, pero Meitner se negó. Sus motivos eran claros: no quería tener nada que ver con una bomba y luchaba por el uso pacífico de la energía atómica.

Hanh fue galardonado con el premio Nobel de Química en 1944 y Meitner quedó en el excluida, pese a que fueron nominados conjuntamente en 1939. En su discurso de recogida no mencionó en absoluto los treinta años de colaboración que pasó junto a Meitner, lo que supuso un duro golpe para ella y distanció a los dos científicos para siempre.

Pese a no tener el reconocimiento que merecía, fue toda una celebridad tras la Segunda Guerra Mundial. Fue nombrada mujer del año por Truman y en su honor se dio nombre al elemento químico ‘meitnerio’, el cráter lunar Meitner y el asteroide 6999 Meitner.

Marianne Grunberg-Manago, la becaria ignorada por Severo Ochoa

La historia de Marianne Grunberg-Manago no dista, lamentablemente, de la de las otras muchas compañeras científicas: eclipsadas por su compañero varón y olvidadas en los premios Nobel. En el verano de 1954, explica Mujeres con ciencia, un año más tarde de empezar su beca en el laboratorio de Severo Ochoa, la investigadora rusa descubrió una enzima procedente de extractos de la bacteria Azotobacter vinelandii. Esta nueva enzima podía catalizar la síntesis de cadenas de polinucleótidos a partir de nucleótidos.

Sin embargo, y aunque inicialmente Ochoa no creyó en la fiabilidad de la joven investigadora, juntos consiguieron algo realmente innovador gracias a la nueva enzima: sintetizar por primera vez ARN in vitro. En 1959, Severo Ochoa recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por este descubrimiento y lo compartió con su primer becario, Arthur Kornberg. Aunque en el discurso de recogida menciona a Marianne Grunberg-Manago, en ningún momento ni él ni el Comité del Nobel otorgan al trabajo de la investigadora el considerable mérito que realmente tuvo.