Hoy en Chile no se habla del lío con Venezuela a raíz de la negación de Caracas de la existencia del Tren de Aragua. Lo que estos días tiene en un sinvivir a los chilenos es un culebrón con el que se han encontrado y que tiene como escenario un suburbio de Santiago de Chile.

Fue allí donde hace unos días apareció una maleta de grandes dimensiones precintada con papel film. Cuando los carabineros la abrieron, no se encontraron con ropa o enseres personales, sino con el cuerpo de una mujer vestida de monja. Un hallazgo inquietante digno de las mejores crónicas de sucesos, así que tanto los investigadores como la prensa se pusieron manos a la obra. ¿Quién era ella? ¿Por qué estaba en una maleta? ¿Cómo había llegado hasta allí?

Buscando respuestas se pusieron a revisar las cámaras de seguridad de las inmediaciones y cuál fue su sorpresa que en las cintas se encontraron con una octogenaria monja arrastrando dicha maleta por varias calles del barrio. Cuando la depositó donde fue encontrada, la religiosa desanduvo el camino volviendo, de nuevo, a su casa.

A las autoridades no les fue difícil dar con ella. Pronto descubrieron que se llamaba Lorenza y que rondaba los ochenta años. Se la llevaron a comisaría para terminar de esclarecer el caso y fue allí donde explicó la historia con pelos y señales.

No eran monjas, sino amantes

En realidad, Lorenza no es monja, pero sí le gusta vivir como si estuviera en clausura en una casa del barrio y, por supuesto, vestirse como tal. El cuerpo encontrado en la maleta es de Érica Fernández, de 59 años, otra mujer que había muerto siete meses antes de una enfermedad terminal.

Tras soltar todo esto, claro, la policía tenía todavía más preguntas: si ella no tenía nada que ver con la muerte de Érica, ¿por qué no había informado de su fallecimiento? ¿Por qué si había muerto hacía siete meses aún no la había enterrado? ¿Por qué había metido el cuerpo en una maleta? A Lorenza no le quedó más remedio que seguir cantando y terminar reconociendo que ambas tenían "una relación muy especial", un eufemismo con el que estaría ocultando lo que todos pensamos al escucharlo: que en realidad Lorenza y Érica serían amantes.

En el contexto de esta presunta relación amorosa se encaja la respuesta que la octogenaria dio para el resto de preguntas: que ambas se habían prometido cuidar la una de la otra en vida y más allá de ella, y que guardarían en secreto la muerte de cada una.

Lorenza cumplió la promesa hasta el final. Bueno, hasta el final no: en realidad durante siete meses, momento en que se habría tenido que deshacer del cuerpo (en la maleta) por miedo a que su hija, que iba a ir a visitarla desde Italia, encontrara el pastel.

Ahora, la fingida monja está imputada por no enterrar a su supuesta amante pero, de momento, ha sido puesta en libertad y, en las últimas horas, se la ha visto tan tranquila por el barrio salir a hacer la compra con una amiga. Sin embargo, por los tintes de esta historia, los chilenos no descartan un nuevo giro de guion en este culebrón que tiene a todo el país en vilo.