Mientras el pánico y el caos se apoderaron de la escuela primaria de Robb, en Uvalde (Texas), una niña hizo lo que sus padres le habían enseñado que tenía que hacer en el caso de encontrarse ante una emergencia. En su caso, llamar al 911, el teléfono de emergencias estadounidense, y dar la voz de alarma.

Eran las 11:30 de la mañana cuando comenzaron los disparos de Salvador Ramos, un joven que acababa de cumplir 18 años y que se atrincheró en una de las aulas del centro. En su ataque acabó con la vida de dos profesoras y 19 niños. Niños de apenas nueve o diez años como Amerie, que telefoneó a emergencias en cuanto comenzaron los gritos de Ramos.

El de este martes es el segundo tiroteo más mortífero perpetrado un centro escolar de la última década, tras el ocurrido en 2012 en la escuela Sandy Hook de Newton (Connecticut), donde 26 personas fueron asesinadas.