En ese contexto, Bowie confesó a la famosa revista británica Melody Maker que era gay. Fue un escandalazo. Repito: era el año 1972 y en el Reino Unido la homosexualidad estuvo totalmente prohibida hasta 1967, y luego fue despenalizada parcialmente, mediante la ley de delitos sexuales (Sexual Offences Act), que permitía las prácticas homosexuales consentidas, entre mayores de edad y únicamente si se llevaba a cabo en privado. Vamos, que se podía ser homosexual, pero cada uno en su casa, sin ser visto.

Vestía su traje de pantalón ceñido, pelo muy largo y arreglado de peluquería y unas botas de plástico de color rojo...

Contaba la redactora de la noticia que se había encontrado con Bowie en plena promoción de Ziggy Stardust, vestido como Ziggy, con su traje de pantalón ceñido, pelo muy largo y arreglado de peluquería y unas botas de plástico de color rojo. Y explicaba cómo él se le acercó, deliberadamente, siendo consciente de la trascendencia de lo que estaba haciendo, y le dijo “Soy gay. Y lo he sido siempre, incluso cuando era David Jones”. Después de estas declaraciones otros artistas británicos y del resto del mundo se atrevieron a reconocer abiertamente que lo eran (Freddie Mercury lo hizo solo dos años después) y lentamente se ha llegado hasta aquí.

¿Por qué cuento esto? Porque leo que todavía hay quien se cuestiona si es necesario celebrar el Orgullo LGBTI, sin pensar que, por ejemplo, todavía no ha llegado el momento en el que un futbolista famoso reconozca públicamente que es gay. Puede que guarde relación con el hecho de que en las gradas el insulto mayoritario siga siendo “maricón” y este es uno de los síntomas de que no se ha avanzado lo suficiente.