Quedarte solo.

Que no te quiera nadie por ser la persona que eres.

Por sentir lo que sientes.

Ese es uno de los miedos más profundos, más arraigados, siendo marica.

Esa alargada sombra atávica de ser un maldito.

Alguien merecedor de todo desprecio y que se da asco a sí mismo.

Crecer con el temor a defraudar a los demás hace que la inseguridad se convierta en algo con lo que has de convivir.

Que en tu suelo exista siempre un leve temblor que no sabes si acabará en terremoto que haga que se desplace el escalón que estabas a punto de pisar para continuar.

Si siendo marica alguien me ha quitado ese pavor a la soledad no han sido, curiosamente, mis parejas: fueron mis amigas.

Todas esas chicas que trajeron un nido hasta mis pies.

Que no me juzgaron y que me aceptaron.

Las amigas han sido baluarte contra el rechazo para nosotros los maricas.

Creando un pacto tácito de seguridad.

Un cordón invisible que nos mantenía unidos y unidas frente a esa violencia heteronormativa.

De todos aquellos hombres-hombres que nos usaban para reforzar su masculinidad.

Que instrumentalizaban nuestros cuerpos para separarse de nosotros.

Que construyeron sus identidades en oposición a nuestras existencias.

Que nos hicieron daño porque ser hombre es no ser una mujer.

Ni «parecer» una mujer.

Porque ser muy hombre pasa por coleccionar mujeres y señalar a los maricas.

Mira lo que soy capaz de hacerle a esta o lo que se deja hacer por mí.

Pon el culo en la pared en la discoteca.

Y mientras los hombres se construían a sí mismos intentando herirnos.

Jodiéndonos.

¿Qué hacía yo con mis amigas?

Bailar.

Celebrar la vida.

Armarnos de libertad, de disfrute, de placer.

Reírnos de nuestras desgracias.

Cocrear la realidad.

Vivir.

Yo con mis amigas pude ser el hombre que siempre fui.

Pude saltar a la comba y hablar de lo que me dolía.

Pude sacar toda mi pluma sin la amenaza constante de que tal vez me llevara una paliza.

Fabricamos alegría debajo de las piedras.

Hallamos un territorio común.

En el que poder sobrevivir a la mierda que otros nos dan.

Estas son las palabras de agradecimiento de un marica a sus amigas.

Ellas saben perfectamente quiénes son.

Todas esas chicas que me salvaron.

Porque sin su afecto, su ternura y la posibilidad de ser que compartimos.

Estaría muerto.