Amanece en un aparcamiento de tierra colindante a una zona industrial en las afueras de Valencia. Muy cerca hay una carpa que podría ser la misma que unas semanas antes utilizaba una de aquellas viejas compañías de circo con animales. Dentro no hay elefantes ni leones, salvo que estén dibujados en pastillas de esas que, a pesar de tener aspecto de haber salido de una farmacia, son en realidad drogas de diseño producidas en un laboratorio clandestino.
La carpa por fuera tiene aspecto decadente. Imagino que un crío se le podría haber acercado días antes pisando charcos y descolgándose de los brazos de sus padres mientras lo guiaban hacia una experiencia que se prometía enigmática. Un espectáculo desprovisto, eso sí, de la parte de dignidad que aún le queda al zoológico, discreto si se lo compara con lo que pasa en la plaza de toros e implacable -pasara lo que pasara con los leones y elefantes- en aquello del show must go on.
Eso, llevado al extremo, es de lo que va precisamente lo que ocurre ahora dentro y fuera de esa carpa. El espectáculo eterno, la filosofía del non-stop. En su interior hay cientos de fiesteros en trance que buscan desinhibirse mientras dure fin de semana. España, tras más de tres décadas de dictadura, está sumida en una ola de explosión libertina y, mientras en Madrid se fragua la Moviday Barcelona es invadida por los aires europeos, en Valencia explotará con la famosa ruta del Bakalao.
¿En que se traduce eso? Pues en algo así como lo que se puede ver en el tráiler de La Ruta, que ATRESplayer Premium estrenará el próximo 13 de noviembre. Sexo en los coches, tiros en el carné, bafles en el parkings, mucho desmadre y unos padres a los que aquello no les hace ninguna gracia. Curiosamente, también aparece un elefante en el tráiler pero lo que se ve, sobre todo, es a una pandilla de jóvenes decididos a soltar las riendas de una vida convencional y sumirse en el viaje al que la fiesta les pueda llevar.
La Ruta del Bakalao
La carpa de la que hablamos es un añadido improvisado de una de las discotecas emblemáticas de la época en la que la conocida como música máquina arrasó en Valencia. Los templos del baile eran N.O.D. Espiral, ACTV, Spook Factory, The Face, Heaven, Barraca, Puzzle y Chocolate. Aquella escena se venía fraguando desde principios de los 80 con un precedente una pizca más romántico que la imagen que al final quedó de todo aquello.
En la emblemática tienda de discos Zic-Zac se reunían los disc pinchadiscos valencianos para hacerse con música máquina recién llegada de Reino Unido y Alemania. La palabra bacalao se utilizaba para alabar su calidad, como si fuera 'cremita' o 'canela en rama'. La música a la que se referían acabaría siendo acuñada con ese nombre y el recorrido de las discotecas en las que podía escucharse terminaría por ser la Ruta del Bakalao, que pronto se llamaría Ruta Destroy por la deriva que cogió.
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Estamos hablando de diferentes enclaves situados a lo largo de la autopista A-7 y lo importante no era elegir uno, sino recorrerlos todos. Se trataba de tener otro lugar al que ir mientras la noche se juntaba con el día y de nuevo con la noche en un bucle interminable. El almacén, la peluquería.., daba igual a donde tuvieran que regresar el lunes, ahora estaban ausentes de su propia realidad.
La serie 'La Ruta' indaga en los perfiles personales de un grupo de fiesteros, en sus anhelos y en su recorrido vital tras haber vivido aquella intensa experiencia. Nos cuenta quiénes eran, cómo vivían y en qué se convirtieron. Vemos cómo van quemando etapas cómo entre ellos irán surgiendo conflictos en un camino que cada vez les resulta más difícil recorrer juntos. Si queréis conocer un poco más a Toni, Sento, Marc, Elisabeth y el resto de personajes a su alrededor podéis hacerlo aquí.
Las drogas
Resulta comprensible que, por la propia naturaleza de la propia Ruta, las drogas encontraran fácilmente su lugar. Parecían tener una función específica y necesaria, te ayudaban a aguantar y potenciaban el trance como la sal intensifica el sabor de la ensalada. Aquella era la escena de las drogas de diseño y se popularizaron rápidamente. En los medios empezaron a causar alarma y se especulaba sobre las posibles consecuencias de su consumo. Eran muchos los que pensaban que no creaban adición y que su mayor riesgo derivado era el de tener un accidente de tráfico por estar bajo sus efectos.
La historia acabó demostrando que la fiesta podía ser tan adictiva como la forma de vivirla y que, una vez subidos al carro de las anfetaminas, bajarse no era tan fácil. Las consecuencias se hicieron pronto palpables y los estragos psicológicos fueron notorios. Las depresiones y la paranoia solo fueron parte de lo que la búsqueda rápida de la euforia y la energía inagotable conllevarían a largo plazo.
Obviamente, se convirtieron en una parte importante del negocio y no tardaron en surgir laboratorios clandestinos especializados en la producción de estas sustancias químicas. Aunque no es mi intención hacer spoiler, os diré que los protagonistas de 'La Ruta' están metidos de lleno en esta realidad. Forman parte de una generación desinformada que está dispuesta a jugar duro. Compartirán el gusto por buscar la subida rápida al olimpo de los dioses y acabarán pagando el precio.
El business
El precio de un buen fin de semana de fiesta podía rondar las 15.000 pesetas, un dineral para la época. Algunos chavales pagaban 7.000 pesetas por una fiesta cerrada con camiseta, preservativo y papel de fumar incluido. Los autobuses llegaban cargados de hordas de fiesteros tan ansiosos por empezar que acaban convirtiendo en discoteca el propio autocar.
Hubo empresarios que ganaron mucho dinero, no sin trabajar, desde luego. Poner orden a todo aquello era una tarea complicada. Grandes cantidades de gente colocada, coches de por medio y el toquecito macarra de la época que podía hacer saltar todo por los aires en cualquier momento. Sento, el personaje interpretado por Ricardo Gómez, lo sabe bien. Aún atrapado en el desmadre sueña con hacerse millonario gracias a toda esta movida y logrará algunos de sus objetivos.
Los pinchadiscos, reyes absolutos de la escena, cobraban cantidades cercanas a las 100.000 pesetas por una sesión y podían enlazar varias en una misma noche. Que se lo digan al gran Marc Ribó, el disc jockey al que da vida el actor Àlex Monner y cuyo talento y pasión podría llevarlo a lo más alto si lograra mantener el control.
Las gogós, por su parte, podían llevarse unas 15.000 pesetas por cuatro horas de trabajo con pequeñas paradas para hidratarse y volver a la acción. Pero también había porteros, productores, promotores, iluminadores, sonidistas, chóferes y hasta camellos dispuestos a llevarse una parte del pastel. Con todo, el volumen total de negocio sigue siendo muy difícil de calcular porque la inmensa mayoría de las facturaciones se movían con dinero negro.
Pero para poner las cosas en perspectiva, cada fin de semana unas 25.000 personas hacían la ruta y solo un puñado de empresarios manejaban el negocio. Así que, quienes no acabaron engullidos por la noche, hicieron pingües beneficios. El afán de ganar dinero fue tan notable que hasta los parkings de coches acabaron siendo parte del negocio. Y no porque se cobrara por aparcar, sino porque los dueños de las discotecas percibieron que en ellos también había fiesta y trataron de absorberla y ofrecerla ellos mismos.
El tuning
Está claro que la libertad, con un plantel como este, empezaba por tener un carné de conducir y seguía por contar con coche propio. Pero ¿para qué pararse ahí? El coche tenía más posibilidades, no solo te llevaba a destino sino que gracias al trajín de los parkings podría decirse que el propio automóvil acudía a la discoteca. Ahí estaban los míticos Ford Fiesta, Fiat Panda, Opel Kadett, Peugeot 205, Renault 5 o Volkswagen Golf II ¿Una pegatina con la palabra turbo en la luna trasera? ¿por qué no?
Pero lo esencial no era eso, ni unas llantas pijas, ni pasar un trapo sacando brillo. Lo importante eran los vatios. Eran discotecas móviles en sí mismos sus equipamientos de sonido podían poner a temblar una autopista. Hasta tal punto eran evidente que el coche eran una extensión de la discoteca, que algunos fiesteros llegaban a instalar tableros en sus bacas para que los techos no quedaran abollados cuando al llegar el momento de bailar sobre ellos.
En la serie 'La Ruta' se nos presentan los coches desde el capítulo, y ya en el propio tráiler, como elementos protagónicos entre los escenarios elegidos para algunas de las tramas más importantes. Drogas en el coche, sexo en el coche, charlas en el coche. No es de extrañar, porque a aquellas discotecas se iba en cuatro ruedas y quien no las tuviera tendría que hacer autostop para conseguirlas. Ya lo dijo el DJ noventero Paco Pil: "cuatro ruedas tiene mi coche, cuatro pastillas me como esta noche".
La polémica
Obviamente, las drogas generaron alarma, pero la problemática de la Ruta iba más allá de las actitudes individuales. Lo que para muchos era el inicio de la cultura del clubbing en España, se tradujo en un cambio de paradigma para los locales de ocio nocturno ya que, de pronto, todo lo que ocurría en ellos podía pasar también durante el día.
Las discotecas empezaron a abrir sus puertas por la mañana para ocupar su lugar en la ruta y la salida del sol no era un problema. Así lo pensaban los dueños y también los clientes. Muchos jóvenes, de hecho, lograrían esquivar el control parental por salir de día con sus amigos aunque lo que hicieran fuera, literalmente, lo mismo que por la noche.
¿Era esto legal? Pues quizá en el centro de Valencia no, pero ¿para qué estaban las discotecas en las afueras? La idea era esquivar las normas y moverse, si ese era el único modo, en el límite justo de la legalidad. Esto generó el malestar de los empresarios que sí tenían sus locales en el centro de la ciudad y que vieron cómo sus clubs se iban vaciando mientras que los de sus competidores de la Ruta no daban abasto.
Otro motivo para irse lejos de los centros urbanos, y razón de enfrentamiento con las autoridades, era el volumen. Estamos hablando de locales con equipos que podían tener perfectamente 8.000 vatios, capaces de superar con creces los límites permitidos. No es de extrañar que muchos disc jockeys acabaran teniendo problemas de sordera. Los acúfenos o pitidos en el oído se convirtieron en otra desagradable consecuencia de aquellas noches de fiesta.
La música
Como decían sus creadores, la máquina hacía lo que ellos le decían y la música máquina era, por lo tanto, el resultado de su creatividad. Yo no le restaré mérito esto porque ellos nunca intentaron alzarse con la auto consideración de músicos, y eso es lo único que habría merecido réplica. Sabían que eran otra cosa. Compartían, eso sí, la misión de entretener manteniendo a su público atento durante toda la sesión. Diseñaban sus temas con ese fin y los iban enlazando para lograr el tránsito perfecto entre diferentes estados de ánimo. Eso no sabía hacerlo cualquiera y quien lo lograba se convertía en una divinidad.
Los pulsos constantes y machacones, duplicando el ritmo del latido del corazón, debían fluir en el cambio que el propio dj hacía entre vinilos para sincronizar lo que toda la pista oye con lo que solo él escucha a través de los cascos. El tránsito entre lo que hay y lo que vendrá es el momento de emoción y, si funciona, la audiencia se pondrá eufórica intensificando la intensidad espasmódica de su danza hipnótica.
El modelo sigue más que vigente en nuestros días y los pinchadiscos más reputados han llegado a ver elevados los honorarios de aquellos pioneros hasta niveles estratosféricos. Además, la música electrónica, lejos de marcharse, ha sido capaz de infiltrarse en los estilos más variados marcando hoy buen aparte de las sonoridades a las que estamos acostumbrados.
Lo que quedó
La parodia en la que aquella escena acabó convirtiéndose ha impedido en el presente cualquier tipo de valoración capaz de dignificarla. Algunos intentos ha habido pero, como señala Diego A. Manrique en La mitificación del bakalao, ninguno acaba de sostenerse. Quizá la aproximación más solvente sea la de los testimonios que hablan de una estética modernizadora mostrada en el diseño de los carteles y trasladada a la pista de baile con equipos de arte que diseñaban los espectáculos durante semanas.
Esto va en consonancia con la mística del pinchadiscos que entra en la tienda y se compraba todos los vinilos de un artista para que sus competidores no pudieran pincharlo en sus sesiones. Otra excentricidad que aportaría cierto halo de calidad y autoexigencia sería la de romper y lanzar en medio de la pista los discos de aquellos creadores, otrora adorados, que habían sido incluidos en las listas de los Cuarenta Principales, juzgadas por aquellos mismos pinchadiscos como deleznables
Si todo eso ocurrió, desde luego quedó ensombrecido por una mercadotecnia dispuesta a arrasar con todo, a estrujarlo, a traducirlo a los públicos generalistas y a explotarlo hasta que no quedara un gota que exprimir. La llegada, ya en los 90, de personajes como que entraron de lleno en ese juego como Chimo Bayo o el propio Paco Pil , ayudó a conferir una imagen a la Ruta una banda sonora a la que, con seguridad, los pioneros del Zic Zac no se habrían referido como bakalao.
¿De dónde sacaba tanto dinero?
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