Es un nublado y frío jueves de diciembre de 1973 en Madrid. Carrero Blanco sale de su casa y sube a su coche oficial para asistir, como cada día, a misa de 9 en la iglesia de San Francisco de Borja. Sin embargo, aquel día había un plan urdido por ETA durante meses aguardándole.
Los terroristas habían alquilado un semi sótano cercano en el número 104 de la calle Claudio Coello: "Deciden que la única persona que esté en el sótano, que dé la cara y que sea vista por los vecinos y por el portero sea el falso escultor", explica el periodista Manuel Cerdán sobre esta tapadera que serviría para justificar el ruido de excavar un túnel de 7 metros sin alertar a nadie. "Calculan que en tres días iban a hacerlo, cuando se encuentran muro de hormigón, ladrillos, escape de gas, creen que no van a llegar", señala.
A las 9:25 acaba la misa. Carrero Blanco sigue cumpliendo riguroso su rutina y sale de la iglesia para subirse a su Dodge negro sin blindar y volver a su casa, pero su ruta encara la calle Claudio Coello, donde hay un obstáculo inesperado colocado por ETA: "Colocan el coche en doble fila para que cuando pasara el automóvil de Carrero tuviera que ir por ahí sí o sí", detalla Cerdán.
A las 9:36, el coche de Carrero Blanco entra en la calle Claudio Coello y cuando alcanza la marca, 'Argala', el líder del comando, acciona el detonador. "Literalmente el coche desaparece porque salta un edificio entorno a los 30/35 metros y va a aparecer al patio interior del colegio de los jesuitas", apunta Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco.
En los momentos posteriores al atentado la confusión es total. Algún ciudadano asiste casi incrédulo ante el socavón donde encuentra su coche semienterrado y los tres etarras aprovechan para huir alentando con sus gritos la hipótesis de una explosión de gas. Carrero Blanco murió minutos después en el hospital. Su asesinato es el golpe más duro que sufre la dictadura.
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