Tomás Gimeno lo habría planeado todo: el pasado 27 de abril no pretendía huir con sus hijas Anna y Olivia, sino asesinarlas y, presuntamente, lo hizo. Durante 45 días, tuvo en vilo a la madre de las pequeñas, a la que amenazó, antes de desaparecer, con que no volvería a ver a sus hijas.

No contaba, sin embargo, con el despliegue de medios que desataría la desaparición, con el buque Ángeles Alvariño ni con que este encontraría el cuerpo sin vida de Olivia en el fondo del mar, dentro de una bolsa de deporte y lastrado con un ancla.

Según la autopsia, la muerte de la mayor de las niñas la provocó un edema pulmonar, aunque todavía no se sabe si previamente fue drogada.

No obstante, a partir de ahora a Gimeno ya no se le busca por sustracción de menores, sino por la muerte de ambas niñas, porque, aunque Anna todavía no ha aparecido, la hipótesis principal es que su destino fue el mismo que el de Olivia.

Para encontrarla a ella y a Gimeno, el buque oceanográfico sigue rastreando la zona, por ahora hasta el jueves, aunque el tiempo para buscarles es de hasta 20 años antes de que prescriba.

La jueza de instrucción habla, en cualquier caso, de homicidio. Para ello se basa en todas las pruebas criminalísticas que se han ido acumulando en este mes y medio: desde la autopsia de Olivia a los fármacos y mantas que se echaron en falta de la vivienda de Gimeno, así como la lancha que apareció a la deriva 24 horas después de la desaparición y desde la que presuntamente habría lanzado los cuerpos sin vida de las niñas.

Además, están las cámaras del puerto, una prueba que le sitúa allí, solo y cargando bolsas de deporte muy pesadas, y el posicionamiento de su teléfono móvil. Ese 27 de abril, su rastro se pierde en el mar.