El fenómeno de los ultras en el fútbol ha captado la atención mundial, especialmente tras la reciente detención de 16 miembros de los ultras de Milán e Inter, acusados de colaborar con la mafia calabresa, la 'Ndrangheta. En España, el reciente derbi madrileño también dejó un incidente notable: la suspensión temporal del partido debido a objetos lanzados hacia Courtois desde el Fondo rojiblanco. Este tipo de altercados subraya la necesidad de mejorar la seguridad en los estadios, como ha hecho Inglaterra.
Los ingleses han desarrollado un modelo de control más efectivo que ha permitido gestionar la violencia entre aficionados. Uno de los pilares de este enfoque es la certeza de que cualquier infracción será perseguida con rigor, lo que disuade a muchos de involucrarse en comportamientos delictivos. Las sanciones se cumplen de manera efectiva; aquellos que reciben prohibiciones de entrada a los estadios deben presentarse en comisarías durante los partidos, reforzando así la responsabilidad individual.
Otro aspecto crucial del modelo inglés es la clara separación entre clubes y ultras. Los presidentes de los clubes en Inglaterra no toleran la violencia, creando un ambiente donde la seguridad es prioritaria. Además, la policía desempeña un papel fundamental en la organización de los partidos, programando los encuentros más tensos en horarios tempranos para minimizar el consumo de alcohol y reducir la posibilidad de altercados.
Sin embargo, esta eficacia en el control se limita cuando los aficionados ingleses viajan al extranjero. Las normas de control en otros países suelen ser más laxas, lo que puede resultar en incidentes violentos que afectan la reputación del fútbol inglés. A pesar de haber logrado expulsar a los 'hooligans' de su entorno local, su presencia sigue siendo un problema en el ámbito internacional.
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