Un verano entero encerrado en la caseta del perro, abusos sexuales y físicos y terror a huir por miedo a que "los malos espíritus" provocasen "el fin del mundo". Así se desarrolló el cautiverio de los hijos del hombre que encerró a su familia durante una década en una granja holandesa, según se ha dado a conocer este martes en el juicio contra él.

Los seis niños vivieron totalmente recluidos desde que nacieron: se les aisló del exterior y aún hoy relatan convencidos que el contacto con el mundo exterior les convierte en "impuros", propiciando que los "malos espíritus entren en sus cuerpos" y amenazando "la misión que la familia había recibido como elegida de Dios", según recoge en su escrito la Fiscalía.

El responsable de su tormento fue su propio padre: Gerrit Jan van D., de 67 años, que por el momento no se ha sentado en el banquillo tras haber sufrido un derrame cerebral.

El acusado logró imponer a estos seis hijos y a sus otros tres hermanos, que huyeron de él, las leyes de su "propia religión": decidía cuándo un "mal espíritu" estaba "dentro de uno de sus hijos" y, como respuesta, le aislaba en un cuarto y le obligaba a rezar durante semanas e incluso meses, prohibiendo al resto de sus hermanos que tuvieran contacto con él. "Les pegaba, les negaba la comida, la bebida, la atención médica, psicológica y física necesaria y abusaba" de ellos, indica el Ministerio Público.

Los seis hijos -de entre 18 y 25 años-, que fueron localizados en la granja a mediados de octubre, no estaban inscritos en el registro civil, nunca habían ido al colegio y pocas personas sabían de su existencia, mientras vivían un calvario que incluía castigos físicos "muy serios", de los que su propio padre dejó constancia en un diario encontrado en la granja, que se corresponde con el testimonio de las víctimas.

Los abusos no solo se sucedieron durante la última década de cautiverio, con los seis hijos más pequeños, sino que también tuvieron lugar con los tres hijos más mayores, que habían huido antes de 2010, e incluso con un cuarto, el hermanastro de todos ellos, al que Van D. tuvo con otra mujer antes de conocer a la madre de los secuestrados.

En una carta al tribunal, dos de los hijos mayores, que escaparon del control de su padre antes de que se trasladara a la granja de Ruinerwold en la que recluyó al resto de su descendencia, le acusaron de abusar sexualmente de ellos cuando tenían entre 12 y 15 años. Unos abusos que comenzaron poco después de morir la madre en 2004, porque "vio un espíritu femenino en su cuerpo, incluido el de su madre" fallecida.

Un segundo hombre, juzgado como presunto cómplice

A pesar de que Van D. no ha estado presente en el juicio, sí lo ha estado en la sala Josef B., a quien la Fiscalía considera cómplice del secuestro, ya que es el inquilino oficial de la granja y era quien suministraba los alimentos a la familia durante la década de secuestro: a diario iba a la casa, donde descargaba su furgoneta y se iba.

"Yo no he privado a nadie de su libertad. Esto es una caza de brujas. Si una persona cree en Dios, ¿no es esa su propia decisión?", se ha defendido este austriaco de 59 años, la única persona a quien los vecinos vieron entrar y salir de la granja durante estos años.

En su declaración, el presunto cómplice aseguró que los seis jóvenes "no estaban en contra de su voluntad" en la casa y que "nadie les forzó a estar allí", comparando su situación con la de los religiosos que deciden recluirse en un monasterio: "Nadie dice que estén secuestrados", argumentó.

No obstante, para la Fiscalía "no se requiere cerradura física en una puerta como evidencia de privación ilegal o toma de rehenes", ya que los seis jóvenes sentían pavor a pisar el mundo exterior, a escapar del control de su progenitor, o a romper con la secta que logró crear en la granja, donde se hallaron 97.000 euros en efectivo cuyo origen aún no ha sido esclarecido.